Por: Balmore González Mira

Los nuevos tiempos llegaron para arrasar con todo lo bueno que la humanidad había construido para poder vivir en comunidad; las normas de comportamiento, los compromisos adquiridos, los buenos modales y hasta las normas cristianas, incluidas el catecismo del padre Astete y las normas de Carreño, hicieron parte del inventario con que fuimos criados. Dirán algunos que por fortuna todo eso se ha logrado superar y hasta destruir para bien de la humanidad y la modernidad que estamos viviendo. Tal vez, pero de esas enseñanzas hay muchas que aún añoramos quienes hemos venido viendo cómo se derrumban los valores del ser humano y como cada día crecen los conflictos sociales y hasta familiares por estas inapropiadas situaciones.

Una de esas razones es cuando permanentemente faltamos al valor de la palabra, aquella a la que nuestros ancestros le daban un grado superlativo y que recuerdo en mi infancia se decía es que “ya di mi palabra y eso es superior a una escritura pública“. Hoy se acaban las sociedades, las familias y las amistades por faltar a la palabra, al compromiso, al valor que otrora a ella se le daba; pero lo que es peor, aún con documentos firmados se incumplen los compromisos porque a veces no se tiene el valor de decir de frente que no seremos capaces de cumplir con la palabra empeñada.

Tengo los recuerdos de infancia y así creció en mi pueblo, la certeza de que mi Padre y ante la muerte de este, mi Madre, siempre cumplieron con su palabra cuando hacían un negocio, es un relato histórico que medio siglo después ha quedado en la conciencia de quienes con ellos negociaron, eso para mí es un orgullo que guardo como un tesoro en la recordación de mi testamento familiar.

El cumplimiento de compromisos dice mucho de las personas, explicar con sinceridad y con la debida antelación cuando ellos no se pueden cumplir también es válido, pero comprometerse con un sí, para dar un no, es lo que hace que se derrumbe la credibilidad y se acaben las relaciones. Es mejor ponerse colorado un ratico y no pálido para el resto de vida, dice un sabio refrán popular.

El valor de la palabra tiene que ver con la seriedad, la responsabilidad y la caballerosidad, con la cortesía, hasta con elementos de la lealtad y la moral, la ausencia de engaño y la construcción de la confianza.

Me dijo hace muchos años un personaje público muy serio: “los compromisos se hacen para cumplirse o no se hacen“, es exactamente la misma expresión que debe llevar a hacer cumplir el valor de la palabra. Y en lo público si qué es verdad que se requiere para poder reconstruir el tejido social, para que el engaño y la mentira, la promesa incumplida y la frustración no sean el pan nuestro de cada día. ¡Me quedo con las enseñanzas de nuestros ancestros!

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