Por: Emperatriz Echeverry Arenas

Hijo Mío, recuerdo con amor y gratitud aquella primavera, cuando ibas a nacer, Iban a ser las 4 de aquel amanecer, apareció un ángel llamado Aleida Diez, al verme caminando, sollozando y muy sola, como iba ya de viaje, levantó a su pequeña Mónica, quien llena de cariño me llevó al hospital, sin pensarlo dos veces tomó mi pañalera, me cogió de su brazo, con una  gran sonrisa, ocultando sus nervios, me miro, la miré y sin decirnos nada, salimos presurosas directo al hospital.

Llegamos con el celestial cántico de aquellos pajaritos que sin cesar trinaban, mientras el sol salía acariciando toda la extensa cordillera, que con su suave aroma alegre me decía: “… Ha llegado la hora…”.

Siempre te percibí, sabía que tú estabas muy dentro de mi ser, y cuando ya naciste fue otro renacer de destellos y luz, sentí mi corazón tan fuerte palpitar como si hubiese sido gemidos de un león.

Jamás olvidaré las noches y los días en que te susurré muy cerca de tu oído diciéndote: “…Te amo y siempre te amaré…”,  y ahora te repito, lo feliz que yo he sido al tenerte a mi lado.

Soñaba con tus ojos, soñaba verte siendo un niño muy alegre, inquieto y juguetón, soñaba verte siendo un gran profesional, talentoso, exitoso, pero antes siempre quise que fueras un “Señor”, un hombre con valores, integro, bueno, honesto, y  todos esos sueños se hicieron realidad.

Cuando llegó el momento  y te tuve en mis brazos, se me olvidó el dolor, la angustia, la tristeza, pues ya no estaba sola,  reconforté mi ser, entendí que tú eras mi dulce pequeñín.

Te apreté con mi pecho, te arrullé, te mimé y volví nuevamente a llorar otra vez al ver tu cuerpecito tan frágil, tan pequeño, pero esta vez lo hacía repleta de alegría, llena de puro amor;  agradecí al Señor aquel gran privilegio de convertirme en madre, mientras tu mi pequeño, poco a poco te ibas adueñando de mí.

Prometí amarte mucho, protegerte, cuidarte y te di grandes alas para  volar muy lejos, y lo has hecho muy bien, y seguirás haciendo de eso yo estoy segura.

Yo creo que he cumplido aún con mis errores; solo quiero que sepas Hijo Mío del alma, que has sido lo mejor, quiero darte las gracias por todo lo que eres,  por todo lo has hecho y por todo lo que harás, quiero que me recuerdes con una gran sonrisa, también quiero que sepas que siempre te deseo, salud, amor,  felicidad y paz y, cuando yo me vaya hacía la eternidad, arriba allá en el Cielo, seré como tu ángel guardián y protector que cuidará tus pasos,  también seré una  estrella radiante, esplendorosa que cada noche oscura te alumbrará hasta el fin.

Te amo, hijo de mi alma,  te bendigo hoy, mañana y siempre.

Envigado, enero 12 de 2.022.

Emperatriz.

Enviado desde mi iPhone=