CUANDO TODO SE DESVANEZCA, SOLO QUEDARÁ LO QUE DIMOS CON EL CORAZÓN

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Porque lo único que realmente trasciende no es lo que poseemos, sino lo que entregamos sin esperar nada a cambio.

LUIS CARLOS GAVIRIA ECHAVARRIA

Hoy llegó a mis manos una reflexión que me estremeció por su sencillez y su verdad. Un texto que nos recuerda algo que, en el fondo, todos sabemos, pero que rara vez nos detenemos a pensar: dentro de unos años, ninguno de nosotros estará aquí. Ni tú, ni yo, ni los que hoy amamos, ni los que alguna vez nos hirieron.

La vida que ahora parece tan urgente, tan apremiante, tan llena de carreras y compromisos, será apenas un eco, un recuerdo que el tiempo borrará sin preguntar.
Y, sin embargo, nos aferramos a lo efímero: a tener la razón, a aparentar, a ganar discusiones que nos dejan vacíos, a guardar silencios donde debió haber un abrazo.

Nos estamos volviendo expertos en postergar lo esencial. Guardamos la ternura para después, los “te quiero” para cuando haya tiempo, los abrazos para cuando pase el trabajo, la llamada para cuando estemos menos cansados… Y así, sin darnos cuenta, la vida se nos va llenando de “mañanas” que nunca llegan.

¿De qué sirve tanto afán si no hay paz en el alma?

¿De qué sirve ganar si perdemos los vínculos?

¿De qué sirve aparentar fortaleza si nos hemos vuelto incapaces de llorar, de pedir perdón, de mirar a los ojos?

Esta reflexión nos golpea donde más nos cuesta mirar: en la fugacidad de todo lo que creemos eterno. Nadie recordará la marca de nuestra ropa ni los lujos que tuvimos, pero tal vez alguien recuerde que fuimos amables, que escuchamos sin juzgar, que estuvimos cuando más se necesitaba. Tal vez eso sea lo único que quede de nosotros: la huella invisible de un gesto humano.

Vivir no es durar.

Vivir es estar —presente, consciente y con el alma despierta—.
Es aprender a detener el paso para escuchar al otro, para mirar el cielo, para sentir gratitud sin motivo.

Es reír, aunque duela, llorar sin miedo, abrazar sin cálculo.

El tiempo, que todo lo borra, no puede borrar el amor sincero ni los actos de bondad.
Porque lo único que realmente trasciende no es lo que poseemos, sino lo que entregamos sin esperar nada a cambio.

Quizás este texto sea un recordatorio de que no tenemos tanto tiempo como creemos.
Que debemos mirar menos las pantallas y más los rostros.
Que la vida no se mide en años, sino en los momentos en que amamos de verdad.

Y cuando finalmente el polvo nos reclame —porque lo hará—, que al menos quede un rastro de lo vivido con el corazón.

Porque todo lo que no amamos se perderá.

Y todo lo que dimos con amor…será lo único que quedará.