Por: Hugo Díaz Marín

Era el mes de enero del 2020 y se empezaban a generar en Colombia voces de alerta frente al COVID-19, sus efectos en la salud y en la vida de los habitantes de la República China y en algunos países de Europa y Asia. Mientras esto sucedía en países remotos ubicados al otro lado del hemisferio, en nuestro País se veía por muchos la inminente llegada de este virus, mientras que para otros pocos esta pandemia era un tema extraño y de mínima importancia; sin ni siquiera percatarnos o tomarlo en serio empezaron las restricciones y contenciones para evitar su  propagación en el territorio; comenzó el aislamiento, se restringió el tráfico terrestre, aéreo y marítimo, se cerraron fronteras, se declaró cuarentena obligatoria para adultos mayores de 70 años, se cerraron colegios y universidades, se decretaron simulacros obligatorios y otras estrategias de resguardo y confinamiento social en varias partes del País; por último llegó lo inimaginado por todos: cuarentena obligatoria del 24 de marzo al 13 de abril (luego ampliado hasta el 27 de abril), transformando la vida de un momento a otro sin darnos cuenta, sin preguntarnos, sin percatarnos que al día siguiente nuestra rutina diaria cambiaría y con ella nuestros hábitos y costumbres: desde ese momento no se podía salir a llevar los niños al colegio, no había trancones para ir al trabajo, se realizaban labores desde casa (cuando así se permitía o se podía), no había salida a paseos ni vacaciones, no habían cenas en restaurantes y rumbas con amigos, ni gimnasios abiertos, ni  mucho menos se podía salir a hacer deporte ni montar bicicleta libremente; no habían almuerzos los domingos en el centro comercial, ni mucho menos se permitía llevar a los niños a establecimientos de diversiones; se acabaron las tardes de futbol, las tertulias después del trabajo, la tomada de tinto con amigos y amigas, el helado en el parque con nuestros hijos, se terminaron “los chicos de billar” y “las tardes de costurero”, no se podía invitar a la  esposa o al esposo a cine, ya que  esto no era permitido.

Todo se hizo por nuestro bienestar y con el propósito de velar por lo más importante que tenemos “LA VIDA”, para que lo acontecido en otros países de los continentes Asiático y Europeo como China, Italia, España, y en el continente Americano como EEUU, México y Brasil, por mencionar algunos de los países, no sucediera en Colombia; el problema es que nunca nos preparamos para este momento, nunca se nos pasó por la cabeza que algo parecido podía pasarnos. Pero aquí estamos y hemos aprendido que hay otras formas de comunicarnos, otros métodos de trabajar, otras maneras de divertirnos, otros escenarios de socialización; pero lo más importante es que hemos recuperado algo que el estrés, la rutina, la carga laboral y la indiferencia nos había arrebatado: la familia, la vida de hogar, el encuentro consigo mismo y con la persona más cercana, la espiritualidad y la fe.

Quizás nuestras vidas después de este momento no vuelvan a ser lo mismo, pero espero que por lo menos este encierro físico y el aislamiento social no programado naturalmente en nuestro chip mental, nos haya servido para fortalecer el amor por la familia, por el entorno, por la naturaleza, por el País y que esta cuarentena permita el auto reconocimiento y el fortalecimiento de la fe; si esto no sucede habrá sido en vano el aislamiento.

Piensa por un momento antes de que termine esta segunda etapa de la cuarentena, ¿cuál es el compromiso contigo mismo, con tu familia, con tu lugar de trabajo, con tu municipio y con Colombia?… para que cada día cuando vuelvas a la rutina, le encuentres sentido a lo que haces y comprendas que el quehacer diario favorece o perjudica tu existencia, a tu familia, a tu entorno o a tu País; hoy más que nunca se necesita de tu compromiso y responsabilidad para asumir las consecuencias personales, familiares, sociales, económicas y políticas que dejará esta pandemia, “HOY COLOMBIA NECESITA DE TI”.