Ante la inoperancia de sus gobernantes el pueblo de Colombia, en medio de la pandemia y de la crisis social, económica y política que lo agobia, busca soluciones.

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

No cabe la más mínima duda de que algo muy importante está sucediendo en nuestro país, la gente se está cansando de recibir promesas y sólo promesas sobre el futuro que nos espera. Nunca antes se había presentado en el escenario nacional una convocatoria ciudadana de tan amplia magnitud. Las manifestaciones sociales se han enriquecido de multiculturalidad, como la expresión limpia de la voluntad popular que sale a las calles sin que los caciquismos y caudillismos tengan que insinuar y/u orientarle su accionar, como ha acontecido en otras ocasiones. Muy pocas veces un ejercicio democrático de esta naturaleza se había experimentado en Colombia, como la natural y simple muestra del rechazo que amplios sectores de opinión ciudadana expresan en contra de muchas de las políticas y aptitudes de los gobernantes y de sus excesos, abusos y privilegios con que se comportan en el ejercicio de la representación política al interior del Estado y de sus instituciones. Pareciera que muchos no se hicieran elegir para servir, como es el deber ser misional de un verdadero servidor público, sino para servirse a sí mismos y a quienes hacen parte de su séquito político y electoral.

A pesar de que todas estas insatisfacciones sociales son inequívocamente el resultado de un largo listado de causas que históricamente han venido quedando en el inconsciente colectivo y social como una reiterada burla de los gobernantes -dirigentes tradicionales- que período tras periodo llegan al ejecutivo, conquistando el poder apalancados en la promesa de que ahora si van a empezar a cambiar las cosas; lo cierto es que el ciudadano de hoy se ha concientizado de la triste realidad nacional y de cómo es que se han dado las grandes conquistas sociales y políticas en las diferentes épocas de nuestra trágica historia.

Ahora la gente sale a las calles y clamorosamente pide –al Estado, a los gobernantes y a la sociedad misma, que hay que ponerle fin de una vez por todas a tanta injusticia, inequidad y desigualdad como las que han mantenido sometido al pueblo de nuestro país en la pobreza, el caos y la incertidumbre. Los ciudadanos, esperanzados en un futuro más próspero, cuestionan –con fe y con gran valor civil- al sistema económico y gubernativo que se adjudica injustamente el derecho de conservar los privilegios y el bienestar para unos pocos, en contra de las inmensas mayorías de los sectores sociales y poblacionales que viven con la ilusión de que muy pronto llegará quien haga valer la constitución y las leyes que hemos construido todos –pero que nunca se cumplen efectivamente- para buscar la paz, la reconciliación, el bienestar y el servicio-favor- público a que todos tenemos derecho por el sólo hecho de vivir en la geografía nacional, padeciendo vicisitudes y desengaños y luchando con valía y templanza por la superación de nuestras necesidades y aspiraciones, ante la soberbia y arrogancia de un gobierno que no escucha y si lo hace no le importa y no actúa como es su deber ante las solicitudes legítimas de sus gobernados.

El gobierno debe darse cuenta que ya el pueblo –la gente del común- no está dispuesto a seguir comiendo cuentos, ni a aguantar tanta negligencia e ineptitud que se ha observado siempre para atender sus deberes y resolver oportunamente los grandes retos y dificultades nacionales.

Por ello algunos seguimos dando la razón, pues no fue descabellado -como muchos hicieron creer en su momento, al entonces electo –hoy alcalde- de nuestra ciudad- Daniel Quintero Calle, cuando solicitaba en una significativa misiva al presidente Duque que convocara a una Asamblea Nacional Constituyente, para que fuera el pueblo, quien ante la incapacidad de la institucionalidad actual, ayudara a resolver los inmensos problemas que tiene nuestro país y buscarle soluciones a temas tan delicados, complejos y apremiantes como la polarización y la corrupción y, añadiría, el creciente odio y el enfrentamiento ideológicos que nos carcomen sin clemencia, conduciendo a nuestra sociedad a una de las crisis políticas más crueles que puedan darse en una nación, ya de por sí inmersa en una notable división de clases sociales, como la nuestra. Una constituyente que hable en el lenguaje de las regiones y de los “ciudadanos de a pie” y que nos permita construir mejores condiciones de vida, más y mejor justicia, empleo, productividad, etc., una constituyente que nos permita construir con esperanza un mejor futuro y más oportunidades para todos.

Esos son muchos de los ideales y propósitos por los que marchan y claman hoy en las calles y escenarios públicos, inmensos sectores de pobladores, en la esperanza de que esta vez sí vayan a ser escuchados.

Ahora esos cambios ya no los persiguen y ruegan solo algunas aisladas voces, como ha sido desde antaño; pues siempre han existido, hay que reconocerlo, visionarios dirigentes que actúan y luchan por ello sin lograrlo, es el pueblo unido y reunido en incuestionables propósitos y deseos de cambio, el que protesta y lucha por esas transformaciones, por esas reivindicaciones.

Vamos a ver si esta vez nuestros gobernantes sí escuchan y no vuelva a resultar en vano tantos esfuerzos y sacrificios que el pueblo y, especialmente su juventud, ha realizado.

Como dicen nuestros abuelos, “amanecerá y veremos”.

*Abogado Defensoría del Pueblo regional Antioquia; Especialista en Planeación de la Participación y el Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y normas penales. Magíster en Gobierno.