POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS
En el mundo de hoy existe mucho fraude y mucha mentira, se hacen trampas, se es hipócrita, las ideologías
están salpicadas de demagogia.
Muchos seres humanos de todas las regiones y religiones, al igual que comunidades educativas, científicas y culturales se esfuerzan también en nuestro tiempo por llevar una vida honrada y sincera. En la Colombia de hoy existe no obstante mucho fraude y mucha mentira, se hacen trampas, se es hipócrita, las ideologías están salpicadas de demagogia.
- Hay políticos y hombres de negocios que se sirven de la mentira como medio para el triunfo político y el éxito comercial.
- Hay medios de comunicación de masas que, en lugar de información veraz, difunden propaganda ideológica, que en lugar de información proporcionan desinformación, que en lugar de ser fieles a la verdad persiguen cínicamente el incremento de las ventas.
- Hay científicos e investigadores que ofrecen sus servicios a programas ideológicos o políticos moralmente dudosos o los supeditan a grupos de intereses económicos, o justifican investigaciones que vulneran valores éticos fundamentales.
- Hay representantes de religiones y de partidos políticos que descalifican o minusvaloran a creyentes de otras religiones o corrientes políticas y pregonan el fanatismo y la intolerancia en lugar del respeto, el entendimiento y la tolerancia.
- En este contexto, las tradiciones religiosas, políticas y éticas más antiguas e importantes de la humanidad nos han transmitido un mandamiento: ¡No mentirás! Dicho en un sentido positivo: ¡Habla y actúa desde la verdad! Saquemos, pues, las consecuencias de este antiquísimo precepto: Ningún ser humano, ninguna institución, ningún Estado y ninguna iglesia o comunidad religiosa, al igual, que un partido político tiene derecho a decir falsedad a los demás.
- Esto es especialmente válido:
- Para los medios de comunicación, a los que con toda razón se garantiza la libertad de información para la búsqueda de la verdad, pero por lo que en toda sociedad les corresponde la función de vigilantes. Pero esto no quiere decir que estén por encima de la moral, sino obligados a defender con objetividad y transparencia la dignidad de la persona, los derechos humanos y los valores fundamentales. No tienen en absoluto derecho a vulnerar la espera privada del individuo, ni a desfigurar la realidad, ni a manipular la opinión pública.
- Para el arte, la literatura y la ciencia, que con toda razón tienen garantizada la libertad artística y académica. Pero ninguna de ellas está desvinculada de las normas éticas universales y debe servir a la verdad.
- Para los políticos y sus partidos. Cuando los políticos mienten abiertamente a su pueblo, cuando son culpables de la manipulación de la verdad, de la corrupción o de una desmedida política de abuso del poder tanto en el interior como en el exterior, pierden su credibilidad y no merecen más que perder sus cargos y sus electores. Por el contrario, la opinión pública debería apoyar a aquellos políticos que tiene el valor de decir la verdad al pueblo en todo momento.
- Y, finalmente, para los representantes de las religiones. Cuando éstos avivan los prejuicios, el odio y la hostilidad frente a quienes profesan otro credo, cuando predican el fanatismo o inician y legitiman guerras de religión, no merecen otra cosa que la condena de todos y el abandono de sus partidarios. Que nadie se engañe: ¡No es posible una justicia nacional sin veracidad y humanidad!
- Por eso los jóvenes deben aprender, ya en la familia, la escuela, el colegio y la universidad, a ejercitar la verdad en su pensar, en su hablar, en su obrar. Todo hombre y mujer tiene derecho a la verdad y a la veracidad. Tienen derecho a toda información e instrucción necesarias para poder tomar las decisiones fundamentales de su vida.
Esta claro que el hombre y la mujer, dado el caudal de información que cada día nos inunda apenas pueden distinguir lo importante de lo accesorio si carece de una orientación ética fundamental. Cuando se tergiversan los hechos, se encubren los intereses, se especula con las apetencias y se absolutizan las opiniones, las normas éticas constituyen una gran ayuda para el discernimiento.
- Ser verdaderamente humano de acuerdo con el espíritu de nuestras grandes tradiciones religiosas, cívicas, culturales, políticas y éticas significa:
- Hacer valer la verdad, en lugar de confundir libertad con capricho y pluralismo con arbitrariedad.
- Fomentar el espíritu de veracidad en las relaciones interpersonales de cada día en lugar de vivir en la insinceridad, la simulación y la acomodación oportunista.
- Buscar incesantemente la verdad, animados por una incorruptible voluntad de sinceridad, en lugar de difundir medias verdades ideológicas y partidistas.
- Servir a la verdad, una vez conocida, con confianza y firmeza en lugar de rendir tributo al oportunismo.
LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS Medellín, febrero 15 de 2025