¿Cómo quedarse en paz y no pensar que uno se ha equivocado?

Por: Carlos Padilla Esteban | Fuente: Aleteia

Aveces me detengo a pensar. Miro hacia atrás y se me ocurren otras historias con otros desenlaces para mi vida. ¿Qué hubiera pasado si hubiera decidido otra cosa?

Entre dos bienes posibles no es fácil tomar un camino u otro. ¿Cómo encuentro la paz después de la decisión tomada? ¿Acierto en el camino emprendido?

Hay una paz que viene con el tiempo y no siempre de forma inmediata. El tiempo me hace pensar que sí, que era lo que Dios quería.

Pero ¿y si hubiera tomado el otro camino también posible, también bueno, sería feliz? Mi vida habría sido diferente, y quizás hubiera pensado que era de Dios.

Sé que nunca es fácil elegir un camino u otro. Busco señales claras, incluso les pido a otros su consejo tratando de aclarar mi corazón. No saben, o no tienen la respuesta.

Soy yo en mi interior el que tiene que descubrir el querer de Dios, percibir sus voces, claras o a veces confusas. Y optar por uno u otro camino. No importa cuál sea. Sólo en mi corazón lo sabré con certeza.

No habrá flechas claras como en el camino a Santiago. No tendré un Gps preciso que me indique el camino. Y no habrá ángeles que bajen del cielo por la noche para hacerme ver cómo seguir mis pasos.

Sólo Dios en mi alma y otras percepciones de su voluntad en personas, en sucesos, en mociones del Espíritu me muestran su querer. Y sabré más o menos por dónde ir. Con miedo, con paz, con calma y con llanto.

Y me pondré a andar que es lo importante. Sabiendo que voy con Dios aunque a menudo no sepa bien hacia dónde. Elegiré un camino y no dejaré al azar los pasos que doy.

Dios no me deja

Me gusta pensar que cada día vuelvo a elegir mi camino de felicidad. Con riesgo a confundirme de nuevo. Con paz porque sé que Dios no se baja nunca de mi barca, no me deja solo en mis pasos.

Siento que todo hombre sufre las mismas dudas y siente los mismos miedos. ¿Acertaré siempre? No creo que se trate de acertar o de fallar. La vida es mucho más que eso.

Dios es mucho más grande que todas mis decisiones. No me mira en mis fracasos para echarme en cara mi ineptitud. Mira mi vida entera, con su grandeza y su pobreza y se conmueve, tiembla ante mí feliz y enamorado.

Esa imagen de Dios es la que me salva siempre. Incluso en esos momentos en los que dudo y no sé bien el camino a seguir. Cuando la vida es incierta y la tormenta arrecia. Me hace bien decidir con otros, discernir escuchando y compartiendo, encontrar salidas, oyendo dentro de mí y dentro de otros.

Me hace bien escuchar a otros en mis búsquedas. Abrirme a la opinión y juicios de los que van a mi lado. No tienen la respuesta correcta, seguro, porque esa es mía.

Soy yo el que decido, pero escuchar ensancha mi alma y me hace más diestro en la búsqueda del querer de Dios.

Amar es la clave

Caminar con otros y amar en profundidad a las personas que van conmigo es lo que me hace más sabio. El amor me hace más conocedor de la vida. Cuanto más amo a Dios, más capacidad tengo para percibir sus deseos. Igual que cuando amo a una persona, con solo mirar sus ojos sé muy bien lo que desea.

Como dice S. Agustín: «Conocemos en la medida en la que amamos». El amor me hace más conocedor de la vida y de las personas. Y amando a Dios cada día más me vuelvo más capaz de descubrir sus deseos, su voluntad.

No es tan sencillo pero es el camino de mi vida. Navegar a tientas, buscar luces en la oscuridad y voces en medio del silencio. No acertaré siempre, eso lo tengo claro, no entenderé cada paso que doy. Pero sé que la vida se juega en decisiones pequeñas.

Cuando voy caminando en medio de la vida buscando el querer más sagrado de ese Dios que va conmigo. Vivir sin miedo a equivocarme es imposible. Pero saber que de mis errores aprendo es el camino para ser feliz.

Si me equivoco no es el fin del mundo. Puedo volver a empezar. Puedo retomar el paso con alegría. Y puedo avanzar en medio de la noche tomado de la mano de Dios. Puedo mirar las estrellas y confiar.

Desde lo alto Dios me cuida. Desde lo más hondo de mi alma me sostiene. Su voz, apenas perceptible, es más audible cuando callo. Cuando me quedo en silencio aguardando. Dios sabe mejor lo que me conviene. Y yo asiento esperando su abrazo.

TOMADO DE CATHOLIC.NET