Por Iván de J. Guzmán López – Periodista – Escritor

El pasado 31 de agosto fue una fecha especial para la educación en el mundo. Ese día se cumplieron 150 años del nacimiento de una mujer excepcional, una mujer que revolucionó la educación mediante un enfoque hermoso, centrado en el niño. Se trata de María Tecla Artemisia Montessori, simplemente conocida como María Montessori, que lleva el honor de ser la primera mujer médica en Italia y  la educadora que sentó los principios de una educación para los niños en la perspectiva de formar hombres libres para una sociedad en paz. Ella, movida por la triste realidad de muchos niños en su patria,  “diseñó un revolucionario sistema didáctico para ayudar a los pequeños recluidos en manicomios, a los encerrados en reformatorios, a los más pobres y desfavorecidos”. Enfoque educativo este que pronto se adoptó en múltiples naciones, para fortuna de éstas y esperanza de sus niños.

“El niño –decía María Montessori– con su enorme potencial físico e intelectual, es un milagro frente a nosotros. Este hecho debe ser transmitido a todos los padres, educadores y personas interesadas en ellos, porque la educación desde el comienzo de la vida podría cambiar verdaderamente el presente y el futuro de la sociedad”. Esta visión educativa parte de la premisa de que los niños son sus propios maestros y que para aprender necesitan libertad y múltiples opciones entre las cuales escoger, de tal manera que desde sus primeros años (desde el vientre materno, me atrevo a decir en consonancia con las modernas teorías psicogenéticas y psicolingüísticas) inicie en ellos el proceso de construcción de una personalidad bien cimentada para hacer frente a los problemas de la vida.

Su apuesta educativa se basa en el respeto a la psicología natural, y el desarrollo físico y social del   niño, y se caracteriza por convertirlo en protagonista de su aprendizaje, dejándole aprender a su ritmo. De esta forma se ayuda al desarrollo personal de su independencia y libertad con límites. La familia y los educadores pasan a ser, en este enfoque, una guía que proporciona las claves y adapta el entorno de aprendizaje al nivel de desarrollo del infante.

Su delicioso libro El niño, el secreto de la infancia, sustenta la idea de que la parte más importante de la vida de un adulto reside en su infancia. Hermoso axioma bellamente presentado por los grandes escritores del mundo (imagino que los grandes hombres en general), cuando explican su obra literaria  a partir de las vivencias de su vida de infante, cosa que trataré de demostrar más adelante (no obstante que este es tema para un largo y bello ensayo). Su obra, en general, es “una apuesta para darle a cada individuo la oportunidad de satisfacer sus potencialidades para que sea un ser humano independiente, seguro y equilibrado”.

Esta filosofía y esta pedagogía de la doctora Montessori, parecen hoy cosa de Perogrullo; pero para su época era verdaderamente innovador. Verdad de Perogrullo, dirán algunos, pero en el Ministerio de Educación Nacional de Colombia, en las Secretarías de Educación departamental y municipales, parece que poco o nada se conoce, porque el método y las escuelas montessorianas escasean en el medio, y las pocas que aparecen para gracia de la sociedad y de los niños, son privadas.

Los cronistas del legado de María Montessori afirman que hoy, paradójicamente, de su método sacan provecho sobre todo las familias adineradas, capaces de pagar los gastos que muchas veces conlleva el que sus hijos estudien en alguna de las 65.000 escuelas Montessori que se cuentan en el mundo, recibiendo así una educación exclusiva y, sin duda, mucho mejor que la tradicional.

La historia es el vendaval que impulsa al mundo, dice Zygmunt Bauman, autor de La modernidad líquida. Vendaval para bien o vendaval para mal. Al recordar y hablar de María Montessori, me doy cuenta de que la educación en este país es tan pobre, que en muchos casos sólo ha dado para cosechar violencia. Tal vez lo primero que tenemos que reformar a fondo, para sacar al país de la realidad pavorosa de polarización y miseria que padecemos, es la educación. Triste decirlo: nuestro aparato educativo, históricamente, ha sido reproductor de miseria, desempleo, violencia y enajenación. Cómo me impele, a esta altura del texto, la doliente queja del Mono sabio, Horacio Rega Molina, cuando en su poema Balada de un domingo de mi infancia, dice:

Mañana el maestro hará prueba escrita.

(Mi infancia no tuvo sino días malos)

Sentada en un banco mi infancia recita:

Colón ha partido del puerto de Palos.

 

Es día domingo. Llovizna. Hace frío.

El cuarto es muy grande, yo estoy solo en él.

Parece que arrastra en el cuarto sombrío

su cola de seda la reina Isabel.

 

Es día domingo. Con una constancia

que más dolorosa no pudo haber sido.

Sentada en un banco repite mi infancia:

del puerto de Palos Colón ha partido…

 

Las seis de la tarde, se encienden candelas,

se cierran las puertas. La casa es distinta

dan miedo, dan miedo, las tres carabelas.

La Pinta, la Niña, La Santa María.

Distinta sería la suerte de Colombia, si invirtiera en educación. El exgobernador Luis Perez Gutiérrez, en un esfuerzo por lograr todo nuestro concurso en bien de la comunidad, decía: “la buena educación es la moneda más poderosa que se le puede dar a un ciudadano”. “La educación es la única moneda que vale en todo el planeta”, nos repetía. Poderosa moneda es la educación, sin duda; la buena educación: la moderna cosecha de montessorianos cuenta entre sus predilectos a los creadores de Amazon (Jeff Bezos), Google (Sergey Brin y Larry Page), Wikipedia (Jimmy Wales) y Will Wright, diseñador de videojuegos y creador del conocido SimCity. Anoto que Jeff Bezos creó recientemente un fondo que abrirá escuelas bajo el mismo método en que él fue educado y del que está ciertamente orgulloso.

En nuestro medio, cercano a nosotros, encontramos al Nobel Gabriel García Márquez quien, en uno de sus libros autobiográficos, Vivir para contarla (un espléndido compendio de su vida donde aparecen las claves de su obra literaria toda, incluyendo a Cien años de soledad), documenta su paso feliz por la escuela Montessori, a la cual agradece fervorosamente porque le permitió aprender por sí solo y le dio la libertad para defender, tiempo después, su vocación de periodista y de escritor ante su padre que lo soñaba abogado: “El consuelo fue que en Cataca habían abierto por esos años la escuela  montessoriana, cuyas maestras estimulaban los cinco sentidos mediante ejercicios prácticos y enseñaban a cantar. Con el talento y la belleza de la directora Rosa Elena Fergusson, estudiar era algo tan maravilloso como jugar a estar vivos. Aprendí a apreciar el olfato, cuyo poder de evocaciones nostálgicas es arrasador. El paladar, que afiné hasta el punto de que he probado bebidas que saben a ventana, panes viejos que saben a baúl, infusiones que saben a misa. En teoría es difícil entender estos placeres subjetivos, pero quienes los hayan vivido los comprenderán de inmediato. No creo que haya método mejor que el montessoriano para sensibilizar a los niños en las bellezas del mundo y para despertarles la curiosidad por los secretos de la vida”.

Parece que en Colombia somos tan pobres en materia educativa, que a la fecha, a 150 años del nacimiento de María Montessori, los únicos colegios con el enfoque montessoriano son privados y ni el Ministerio de Educación Nacional y menos sus 33 secretarias departamentales y sus cientos de sedes municipales se dan por aludidos de que existe este enfoque centrado en el niño, y que nos está argumentando que el camino que lleva a la paz no es el barco que va a La Habana o el papel sellado y repleto de firmas de personajes ajenos a la educación, acompañados de funcionarios cutres, cuyos cargos sólo sirven para llenar sus bolsillos. Seguramente no saben que María Montessori falleció el 6 de mayo de 1952, a la edad de ochenta y dos años en su casa de Holanda, satisfecha de su vida dedicada a la defensa del mundo de los niños, y tampoco que fue la primera mujer que obtuvo el grado de doctora en Medicina de la histórica Italia, que se especializó en Neurología y estudió Antropología, Filosofía y Psicología, con la sola idea de alimentar la semilla del hombre feliz, el hombre que tanto reclama una sociedad para vivir en paz.

A esta hora de la vida (de mi vida), es natural que llegue la nostalgia. Y debo confesar que la nostalgia (que usualmente borra los malos recuerdos y magnifica los buenos) no ha logrado borrar en mí (amante fiel de la historia y de los sueños) el amargo historial de políticas y desaciertos que en mala hora malearon la educación colombiana, y viciaron la sociedad, sembrándola de toda laya de males y tristezas.

Para finalizar recordando al poeta Mario Benedetti y su recién celebrado centenario de nacimiento (el pasado lunes 14 de septiembre), digamos que hago mío su aforismo: “un pesimista es sólo un optimista bien informado”; al fin y al cabo, no soy más que un simple colombiano contristado a más no poder por el eclipse de este país que tanto amamos.  Celebro a Montessori, y hago votos por una reforma a fondo de la educación colombiana.

Definitivamente, tenemos que apostarle a la educación: ¡al pesimismo de la razón, opongo el optimismo del corazón!