Colombia es y será siempre inmensamente grande y próspera, aunque mucha parte de su historia se ha visto empañada por la intriga, las persecuciones, el odio y “los malos entendidos” entre sus dirigentes”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Es infortunado, pero desde la gesta libertadora (por no hablar de episodios históricos anteriores), nuestra nación se ha visto afectada por toda clase de “cuentos” e intrigas, maledicencias y situaciones que han perturbado enormemente su normal desarrollo, armonía y pacificación- progreso; pues entre los mismos próceres se dio -en no pocas ocasiones- al traste con los ideales necesarios para la consolidación de la libertad y la cabal realización del ideario de los procesos independentistas. Bastaría no más dar un pequeño repaso a muchos de los tropiezos que en esa materia se vivieron y que dañaron las relaciones entre muchos de ellos y sembraron el miedo y la incertidumbre en grandes sectores de opinión y dejaron una estela de deslegitimación a la institucionalidad misma. Siempre en nuestro país, sea cual fuere la época, se han visto oleadas de desasosiego generadas por los infundios, e inclusive por la calumnia, que han hundido a la patria en épocas muy duras y confusas, pero de las cuales se ha levantado con gran valor civil, recuperando la templanza, el liderazgo y reciedumbre que por sobre todas estas situaciones ha caracterizado al valeroso pueblo colombiano.

Colombia es y será siempre inmensamente grande y próspera, aunque mucha parte de su historia se haya visto empañada por la intriga, las persecuciones, el odio y “los malos entendidos” entre sus dirigentes y, por toda suerte de estrategias y componendas que han buscado sacar provecho de los hechos políticos y el proceder de los actores y protagonistas que participan en la escena político, social, electoral y/o gubernamental en nuestra nación. Nunca como ahora habíamos vivido tan desbordadas y refinadas maneras de atacar y controvertir al rival, al contradictor, para imponer pensamientos, ideologías o individualistas maneras de pensar y/o actuar frente al acontecer nacional.

A lo largo de la historia, los infundios y, muchas veces, hasta la calumnia y la violencia, han impregnado de rencor, polarización, enfrentamientos y orfandad a nuestro país, a la sociedad y a la humanidad misma. Todo porque, aprovechándose de algunas prácticas y malsanas informaciones y con un dañino sentimiento de maledicencia, se ha querido beneficiar de una situación para lograr protervos y malintencionados propósitos. Ello no solo se ha visto en la política, también se puede evidenciar -con alguna frecuencia, en la religión, en las relaciones sociales de producción y el trabajo (de ello se encarga la competencia desleal), en las relaciones interpersonales, etc. Parece que la intriga y las conspiraciones fueran males sociales e inherentes a nosotros mismos, de allí el sabio refrán que dice “el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad es la que lo corrompe,” (Rousseau 1712-1778).

Este asunto, dice con honda preocupación el periodista y escritor Juan Gossaín, genera, aunque no creamos, “Una sociedad que empieza a preocupar” y que para el concepto de muchos expertos, registra inmensos motivos de desasosiego e incluso de desconfianza, pues a pesar de los grandes esfuerzos que se han hecho se ha dejado permear de los más altos e inimaginables índices de corrupción (descomposición), siendo una triste realidad que resulte prácticamente imposible encontrar verdaderas alternativas de solución a tan delicadas falencias; pues si el mal está incrustado en la sociedad misma, desde allí se contaminará la política, la religión, la empresa y todas las demás expresiones sociales y culturales que hacen parte de nuestra nación (https://www.youtube.com/watch?v=C1lsgOHCqXg)

Preocupante ver y escuchar a este importante protagonista de nuestra vida nacional, en entrevista donde concluye que “es difícil hoy encontrar algún segmento de la sociedad que no esté contaminado con la corrupción”, la cual afirma, se ha vuelto normal en nuestro país, nos falta autocrítica, sinceridad y deseos sinceros de corregir los nefastos flagelos que cada vez socavan más (y sin controles efectivos) no solo a nuestra sociedad, sino a nosotros mismos, al ciudadano individualmente considerado y ello es lo más lamentable y grave, pues se ha constituido en la causa primigenia de la gran desbanda de principios y valores que han puesto en jaque a nuestro sistemas social y político, hasta el punto (como lo dice Gossaín), de hacer ver ya en muchos estamentos de nuestra sociedad e institucionalidad, a la maldad (a lo anormal), como si fuera algo normal y digno de comprensión y apoyo. Los escenarios de concertación, diálogo y arreglo de controversias han cambiado, “Ya la gente no discute, la gente pelea, grita…”, agregó tajantemente el destacado periodista, al cual invito a escuchar y para lo cual he dejado el link de dicha conversación en párrafo anterior.

¿Qué es pues lo que pasa en nuestro país? ¿Cómo resolver tan profundas diferencias y los agobiantes problemas que hoy carcomen a nuestra sociedad?

Tremendo dilema resulta buscar las respuestas a tan apremiantes interrogantes, una de ellas la tiene William Ospina (gran literato, historiador y pensador de nuestro país, quien afirma que “es la falta de una dirigencia adecuada al país, y de una ciudadanía comprometida con él lo que convierte tantas cosas positivas en defectos y en problemas. Bastarían unas cuantas ideas renovadoras, una nueva dirigencia empeñada en echarlas a andar y una comunidad comprometida con ellas, para que toda la vitalidad de Colombia deje de resolverse en colisiones interpersonales y se convierta en impulso transformador, para que la rebeldía se manifieste en carácter y en criterio, para que la insumisión se resuelva en orgullo y en dignidad, para que el individualismo se transforme en originalidad, para que aprovechemos ejemplarmente la abundancia de nuestros recursos en función del planeta y del futuro, para que este conflictivo mestizaje se revele como un escenario de diálogos entre tradiciones diversas, para que la pluralidad de las lenguas y de culturas hechice al mundo con la riqueza de sus matices y con la vibración de sus ritmos” (ver prólogo a su ensayo “Lo que se gesta en Colombia”).

En todo caso, la solución se alcanzará en la medida en que podamos establecer y reconocer lo que realmente somos, nuestras fortalezas y debilidades, para poder conscientemente comprometernos con el establecimiento de las estrategias y propósitos que nos permitan corregir el camino, recuperando la gran nación que realmente somos en sus valores, principios y las grandes riquezas, belleza y potencialidades que en todas las materias nos ha caracterizado, no solo en el continente, sino en el mundo entero.

Hay que seguir avanzando, así sea en medio de la tergiversación y las polarizaciones.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación y el Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.