“Breve es nuestra vida, en breve se acaba; la muerte llega rápida, nos arrebata sin piedad, a nadie perdona”

Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Al comenzar esta columna me quiero apoyar en esta estrofa del Gaudeamus Igitur: “Breve es nuestra vida, en breve se acaba; la muerte llega rápida, nos arrebata sin piedad, a nadie perdona”.  Quizá sorprenda que acuda a estos versos que recuerdan el drama humano de la muerte, justamente con ocasión de la realidad que, hoy, vivimos los colombianos comparado con el caminar diligente y ligero de nuestros coterráneos en tantas ocasiones a impulsos del amor por la vida y por Colombia.  El caminar con firmeza y perseverancia por el amor a la patria, viene a decirnos, que hay que desafiar las inclemencias de la injusticia, no añorar la poltrona en la que se queda hundido el perezoso, quien no se atemoriza por el riesgo que lo circunda.  Ese camino hay que recorrerlo con esperanza, fraternidad, perseverancia y optimismo, porque está lleno de luz en medio de tanta oscuridad e incertidumbre, es camino de paz, aunque resulte a veces azaroso y traiga consigo sobresaltos.

Y, por ahí engarza la estrofa que al principio les pude citar: La vida es ciertamente breve, e importa saber recorrerla a buen paso, siguiendo un camino que nos lleve a buen puerto, en busca de un ideal que de verdad valga la pena para el pueblo colombiano, sin exclusiones.  Del mismo modo que hemos sido estos días, no sin algo más que riesgo, hacia la justicia, la paz, la libertad, la verdad y la democracia, así hemos de hacer a lo largo del camino de toda nuestra vida.  No debemos ignorar que hay dos motores capaces de encender las pasiones y de arrastrar al hombre y la mujer a través de cualquier dificultad o adversidad: El odio y el amor.

Bien lo sabemos que el odio es fruto y fuente de amargura, resentimiento, envidia, venganza, injusticia, engaño, rencor, violencia y que esclaviza a quien domina.  Cuando se contempla a alguien que nos persigue, insulta o hiere movido por el odio, se inunda el alma de una pena profunda, por su insondable infelicidad.  Es mucho mejor escoger libremente la fuerza del amor, el respeto, la empatía, la dignidad, la lealtad, la integridad y la decencia.  Estas virtudes nos llenan de gozo, hace feliz al otro y a los otros, y les conquista la única libertad. 

Para dar plenitud a esta vida siempre breve que en cada minuto se escapa, nos hemos de dejar arrebatar por el amor, hemos de acertar en servir esos altos valores trascendentes que de verdad valen la pena, que nos ennoblecen y dignifican como persona y como colombianos y, nos confieren la verdadera felicidad de construir hechos reales, sostenibles y duraderos de paz.  Cuando esta luz refulgente inunda el alma de Colombia, se entiende bien cuánto importa adquirir y enraizar las convicciones sólidas que marcan de por vida la diana hacia la que debe apuntar el amor por Colombia, que señalan ante cualquier situación el norte clarificador de la patria, convicciones firmes que sería loco descamino traicionar.

Bajo su guía certera, se peregrina por la vida con paso seguro, aunque a veces pueda haber tropiezos transitorios; se encara uno con lo que debe hacer con valentía, con fortaleza, sin temor si fuera preciso a jugarse la vida; y se avanza por el camino con sencilla serenidad, sin aire de desafío ni espíritu de pelea, sin violencias para nadie, en siembra abundante de concordia y de paz.

No debe sorprendernos -y menos amedrentarnos- si en nuestro peregrinar por la vida topamos a veces con la incomprensión o aun la hostilidad; no nos extrañe si en alguna ocasión nos toca soportar el desprecio, la calumnia, la blasfemia o la burla; ni de que en no pocos casos hayamos de ir contra la corriente.  Lo que verdaderamente importa es que en todo nos mueva el respeto, la verdad, la justicia y el amor que son capaces de llenar sin medida, y que se desborda en buscar para todos los colombianos lo mejor.

Por todo lo anterior, los convoco a valorar, a aprender, desaprender y reaprender, y a ser muy nuestro el espíritu que nos anima de luchar por Colombia, que nos animemos a abrir de par en par las puertas de nuestra inteligencia y de nuestro corazón a esas verdades trascendentes que en este momento tenemos que enfrentar para que sean siempre luz en nuestro pensamiento y fortaleza en nuestra voluntad.  De este modo, ahora y en todo momento en el correr de la vida, sepamos informar nuestra manera de actuar con esos principios raíces, los daremos a conocer a los demás y los defendamos donde sea preciso -sin enfundarnos en la poltrona de la comodidad o el confort- de los ataques abiertos o insidiosos de quienes se empañan en desconocer la grandeza y dignidad del pueblo colombiano.

Hay que esforzarse por descubrir el camino certero que conduce a la plenitud en la vida y darlo luego a entender a los demás para que también alcancen su felicidad.  Finalmente, quiero recordar la brevedad de la vida que nos llama a un caminar firme y responsable, guiados por convicciones sólidas, en amistad, alegría, justicia, libertad, verdad y paz.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                               Medellín, noviembre 13 de 2022