Dado la cantidad de Directorios Políticos en Colombia, los gobernantes están llegando al poder, con escaso 35% de la votación. Y, si a ello le agregamos, que la abstención está en 47%, significa que los Gobernantes están llegando con menos del 20% de los votos posibles dentro de la sociedad de la correspondiente jurisdicción. Ningún  problema sería, si ese otro 80% aceptara su derrota y diera legitimidad al Gobernante que llega, fruto de su victoria.

Pero no. La costumbre política hoy, es que el primer paso que debe dar el Gobernante entrante es cumplir un proceso de coaliciones entre concejales, diputados o congresistas, militantes de partidos políticos que no ganaron las elecciones, hasta lograr conformar por lo menos un 50% + 1 voto, de apoyo político.  

Definida la repartición burocrática o coalición o mermelada, al gobernante  le queda oficialmente claro, que su legitimidad o autonomía real queda sujeta a las condiciones de quienes conforman esa coalición

De ahí en adelante, el control político institucional para el nuevo gobernante, consiste en una serie de timones auxiliares del gobierno, que van tomando  posiciones políticas públicas amañadas y cómodas. Todas ellas extremadamente malignas. Así, tres posiciones típicas son: Una, los que se sientan a esperar el fracaso del gobernante. Dos, los que se dedican a hacerle coro a las críticas de los opositores y Tres, los verdaderos enemigos políticos del gobernante, se suman para ir alimentando y multiplicando dentro de la sociedad el bulling y la cultura de la irreverencia expresada por payasos, cómicos y otros artistas que actúan en los medios en contra del gobernante.

Bajo estas condiciones, gobernar en Colombia se volvió una función titánica, por ese mundo de opinión tan complejo que se da dentro de la sociedad que se pretende gobernar. Para el éxito del Gobernante ya no son suficientes sus conocimientos ni la formación profesional, ni sus capacidades y fortalezas. Pierde importancia también el programa de gobierno propuesto en campaña por el candidato, porque ese realmente no corresponde con el programa de gobierno que hubiera querido el otro 80% de la población. Y en fin: el duro papel del buen gobernante es sincronizarse con la opinión y  demostrar cada día nuevas realizaciones capaces de neutralizar el ruido de las quejas, denuncias y opiniones en contra del gobierno por parte de la oposición.