Por: Luis Fernando Pérez Rojas

 Es costumbre de los débiles de carácter plantear grandes demandas a sus semejantes y, en forma paralela, mostrar un bajísimo nivel de autoexigencia.

Quienes poseen el vicio de la autoindulgencia, forma de permisividad que conduce a la degradación moral y ética, puesto que carecen de la fuerza de carácter y voluntad necesarias para respetar la regla de oro de “no hacer a otros lo que no quieras que te hagan a ti mismo”.  Muy por el contrario, utilizan para medir al prójimo, una vara muy distinta que la empleada para autoevaluarse.

El proceso educativo debiera ser protegido de toda presión o intromisión de actitudes de indulgencia y autocompasión, así mismo de intereses económicos o políticos, con el objeto de que los estudiantes puedan desarrollarse en forma absolutamente libre, con la posibilidad real de elegir lo que individualmente deseen, sin autocomplacencias.  Recordemos que, si bien es cierto que la mente puede ser aherrojada o aprisionada, el espíritu, que constituye el ser, permite acceso solo al propio sujeto y es el recinto sagrado del libre albedrío y criterio individual en la construcción de un nuevo ciudadano para una nueva sociedad.

El hombre y la mujer serán verdaderamente libres, virtuosos y moralmente idóneos cuando logren su desarrollo y perfeccionamiento espiritual, gran desafío del siglo XXI.  La autoindulgencia, vicio o enfermedad del carácter implica también un aprovechamiento malicioso de esta perturbación, que conduce por lo general a la autocompasión, postura psíquica en la cual el sujeto se visualiza a sí mismo como víctima y asume esta calidad en forma dramática en sus relaciones interpersonales, terminando, con o sin deliberación por realizar un aprovechamiento indebido de las personas mediante la manipulación de sus emociones.

En esta oportunidad me refiero a las personas “débiles”, es preciso aclarar que lo que hago no en relación a los que padecen alguna enfermedad orgánica o trastornos mentales, sino a los que, debido a su propia condición mental y emocional negativa, pasiva y parasitaria, se convierten en sujetos debilitados por la inacción, las pasiones, los vicios y su destructiva disposición interior.  El origen de este trastorno reside muchas veces en una fijación infantil a causa de una gran rabia no superada en contra de sus padres, educadores y directivos, lo que lleva a los afectados a la insania de buscar inconscientemente “ser deficientes” como personas, para culpar a los progenitores, y otros protagonistas por lo mal que supuestamente cumplieron sus deberes, o también a causa de una rebeldía ciega, producto de la soberbia, que los impulsa a la autodestrucción paulatina.  Suele ocurrir también que actúen así por un simple horror al esfuerzo organizado, paciente y penoso.

De cualquier forma, el autoindulgente es un ente incapaz de disciplinarse voluntariamente con el propósito de convertirse en un ser superior y deambula por la vida como una hoja al viento, que se mueve, en este caso, al impulso de los estímulos originados en la muchedumbre.  Suele tener una mala relación con la gente debido a su intolerancia, ya que demanda de los demás todo aquello que evita exigirse a sí mismo.  Descalificador y agresivo, es proclive a la envidia y al resentimiento.  Aunque posea grandes cualidades personales se niega a desarrollarlas o ejercitarlas, prefiriendo subsistir en la mediocridad y aprovechamiento de la bondad ajena.  Es un “inconcluso” recalcitrante y la exagerada inercia de su estilo existencial lo lleva a un destino incongruente con un ser que es portador de la chispa humana y divina.

La permisividad que observa lo conduce cómoda y fácilmente a conductas inmorales, que no advierte o no considera tales.  Huyamos de la autoindulgencia, porque es el enemigo fatal del aprendiz de hombre o de mujer, cuyo desafío en la vida es tomar las herramientas de su inteligencia, decisión y voluntad para completarse a sí mismo como verdadero ser humano.  La permisividad consigo mismo es también la madre de la frustración, el sufrimiento y el fracaso, ya que va de la mano con la imprevisión y la falta de poder realizador.

Es importante considerar que el autoindulgente, como muchos otros, no es por lo general un sujeto limitado o marginado de las mejores oportunidades en las instituciones públicas y privadas, sino que, como todos, es hijo fiel de sus propias acciones y la frustración que suele acompañarlo no es más que el resultado lógico de su conducta previa.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                           Medellín, noviembre 13 de 2021