Por: Balmore González Mira

Nada más terrible que hablar de separación, nada más inapropiado que pensar en dividir a Colombia en varias repúblicas independientes, nada más imprudente que pensar en ser separatistas en esta instancia de la vida nacional; nada más horrible que pensar siquiera en el segregacionismo en esta etapa histórica de la Nación.

En Colombia llevamos más de 200 años de vida Republicana, con una nutrida historia de leyes y gobiernos democráticos, algunas dictaduras y otras épocas denominadas de la patria boba, para evidenciar que han sido ciclos inútiles  agotados por la inexistencia de buenas razones para crecer como Estado o para fortalecer los cimientos de la Participación Ciudadana con elementos válidos y no con la existencia de unas formas de participación que solo favorecen a unas minorías en detrimento de los intereses generales o colectivos.

Las actuales coyunturas políticas nos han puesto a reflexionar en la necesidad de proponer seriamente en la transformación del Estado colombiano para afrontar y enfrentar las épocas futuras. Es hora de pensar en que la verdadera descentralización se aplique en el país, donde haya una autonomía de los Entes Territoriales, donde los municipios sean los verdaderos ejecutores de las políticas locales y dónde las gobernaciones cumplan el papel constitucional de articular el ejercicio político-administrativo entre la nación y los municipios, con verdaderas funciones que no frenen el desarrollo como hoy ocurre, con el manejo de unos recursos que no les corresponde. Esa verdadera descentralización debe pasar por temas de la autonomía presupuestal que haga eficiente a las localidades para que unos no sean mantenidos por otros y que los esfuerzos fiscales se vean representados en los que mayor organización y capacidad de recaudo tengan, para que luego se vea reflejado en obras de desarrollo. La reciprocidad hoy realmente no existe. Habrá quien diga que es solidaridad con los municipios o departamentos vecinos, y que es el verdadero espíritu de la unidad de nación, que los que más tengan, le den a los que menos tienen, en un círculo permanente de mantener a quienes no producen.   La otra posibilidad también se da en armar un país de regiones, que además está reglado en la Constitución Política, pero que tampoco ha sido desarrollado suficientemente, para que ahí hayan proyectos de desarrollo regional y no que cada alcalde piense en que cada uno debe tener un relleno sanitario, una cárcel, un centro de acopio,  cada uno un hospital de tercer nivel y cada uno una estructura administrativa robusta que se lleva hasta el 120% de los recursos de libre destinación en solo gastos de  funcionamiento. Cuando todos estos proyectos, instalación e infraestructura deben ser regionales. Con los actuales esquemas los municipios pobres seguirán siendo pobres y excepcionalmente uno que otro saldrá de esa pobreza si se les aparece la virgen con un proyecto de los denominados de interés nacional.

Hace dos décadas la ley 617 trató de poner en cintura a los Entes Territoriales y se convirtió en el terror de los gobernantes, ahora esa norma se ha convertido en paisaje porque cada que alguien la incumple sólo se les somete a una especie de amnistía o tratamiento especial para que logre salir de ese estado calamitoso. El estado no puede seguirse pensando en que el mejor municipio o departamento es aquel que menos invierte y más ahorro haga, sino en que debemos premiar al que cada día menos necesidades insatisfechas tenga en sus indicadores hacia su comunidad.

No somos para nada secesionistas, por el contrario hay que mantener la unidad de la Nación, pero en términos reales sí podríamos proyectar cómo estaría Antioquia si estuviéramos en un Estado Federado y nosotros pudiéramos manejar nuestros propios recursos, más los que por ley llegaran del Estado Central. Esto es solo una reflexión personal.

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