Por Iván de J. Guzmán López

Alguna vez, nuestro recordado escritor antioqueño Mario Escobar Velásquez (nacido en el querido municipio de Támesis),  entrevistó al amigo y colega Gustavo Álvarez Gardeazábal. Entre las preguntas que Mario le hizo al autor de la ya cincuentenaria novela Cóndores no entierran todos los días, estaba una que da la verdadera dimensión del escritor, en cualquier momento de su vida: “¿cuándo escribe?” (en qué momento, bajo qué circunstancias). Gardeazábal, respondió: “cuando me da la gana”. La respuesta, que parece irreverente y hasta irrespetuosa para un colega escritor de la estatura de Mario Escobar Velásquez, es la respuesta más categórica, más definitiva, más cierta que he leído o escuchado: nada tan difícil –y hasta desagradable– como escribir por encargo; de forma inmediata, como lo exigen en las salas de redacción. Nada hay tan cierto como eso de que uno escribe “cuando le da la gana”; valga decir, cuando se conjugan la competencia lingüística, la capacidad cognitiva, el sentir muy íntimo un tema, y el tenerlo en el corazón y en la mente, pidiendo nacer (decentemente vestido a la escena del mundo, como decía el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, en el bello prólogo de sus famosas Rimas). 

Este preámbulo, para decir que hace tiempo quería escribir algo sobre la figura de José, esposo de María. A propósito, debo decir que siempre me ha parecido entrañable y muy humana la figura de José, el padre putativo de Jesús de Nazaret. En esta imagen encuentro el arquetipo del padre amoroso y (guardando las proporciones, ¡cómo no!) hallo la imagen de mi padre (q.e.p.d.), paciente, sabio, trabajador, y campeón de mucha suerte de oficios, incluyendo el gusto por trabajar la madera (gusto que ahora es mío).  

Haciendo algo de memoria, recordemos que con la Carta apostólica Patris corde (Con corazón de padre), “desde el pasado 8 de diciembre de 2020, el papa Francisco nos llamó la atención sobre el 150 aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia Universal y, con motivo de esa ocasión, promulgó, a partir del 8 de diciembre de 2020, y hasta el 8 de diciembre de 2021, la celebración de un año dedicado especialmente a san José. Un año para conmemorarlo, lo que se dio en llamar, el “Año san José”.

El culto a san José comenzó entre las comunidades cristianas de Egipto. En Occidente fueron los servitas, una orden mendicante que en el siglo XIV comenzó a festejar el 19 de marzo como la fecha de la muerte de san José, y esta devoción tendría luego impulsores, como el papa Sixto IV y Santa Teresa de Jesús. En 1870, el papa Pío IX lo proclamó Patrón de la Iglesia Universal, dejando como legado las virtudes de la honestidad, el amor al trabajo y la fe inquebrantable en Dios. Tiempo después, en 1955, Pío XII instituyó la Fiesta de San José Obrero, el 1 de mayo. Es bueno decir, para los estudiosos y cristianos, que los hechos relativos a la vida de San José, aparecen, especialmente, en los evangelios de San Mateo y San Lucas.

Pero, ¿Quién es san José? Según los Evangelios, José era descendiente de David y nació en Belén. Es la figura paterna y custodio de la Sagrada Familia; tuvo el privilegio de ser el esposo de María y padre adoptivo de Jesús de Nazaret, pueblo de Israel en el que se ganó la vida como carpintero y quien, al parecer, murió antes de que comenzase la vida pública de Jesús; de ahí que sea proclamado como patrono de los carpinteros y de los moribundos.

Dice el Noticiero del Vaticano que, José es considerado: “Un padre amado, un padre en la ternura, en la obediencia y en la acogida; un padre de valentía creativa, un trabajador, siempre en la sombra”. Con estas palabras el Papa Francisco describe a san José de una manera tierna y conmovedora. Es “el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta“. José -prosigue el papa Francisco-, es “un padre en la acogida”, porque “acogió a María sin poner condiciones previas”, y es modelo “en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente”. Este significado del padre adoptivo de Jesús, le da al papa la oportunidad de lanzar un llamamiento a favor del trabajo, que se ha convertido en “una urgente cuestión social”, incluso en países con un cierto nivel de bienestar. “Es necesario comprender“, escribe Francisco, “el significado del trabajo que da dignidad“.

Tengo el gusto de tener en mi biblioteca el libro Vida de Jesús (Buenos Aires, Editorial Poblet, 1945, 711 pp.), del gran cronista y escritor Plino Salgado  (Según el cardenal Ceregeira, Patriarca de Lisboa, “es la más bella vida de Jesús de cuantas he leído”); y en él, leo:

En una casa de piedra, en lo profundo de una superficie cubierta de sombra, vivían dos seres humanos una vida singular. Un hombre que, probablemente, pasaba de los cuarenta años de edad; una mujer que, presumiblemente, no alcanzaba los veinte. El hombre llamábase José y ejercía el oficio de carpintero. La mujer llamábase María y cuidaba de los trabajos domésticos.   

Durante toda la semana, con el cepillo y la azuela, el carpintero inclinábase laborioso sobre su banco; la mujer hilaba y tejía, enmarcada por el rectángulo de la ventana, llena de la claridad de la campiña verde y el cielo azul.

Tanto María, probablemente originaria del Hebrón, como José, oriundo de Belén de Efrata”…

Mientras más leo, más se afinca en el corazón la imagen de José, responsable de esa Sagrada Familia, completada por Jesús y María; mientras más leo, más crece la devoción por este José, que el querido papa nos lo presenta como modelo de fe, de esposo, de padre, de trabajo, de esfuerzo, de entrega y de amor, en un mundo como el nuestro, donde tanto escasean estos bellos atributos.