Por: IVÁN  ECHEVERRI  VALENCIA

La historia de nuestras familias indígenas parte  de  doce culturas  que habitaron nuestro territorio antes de la Conquista,  siendo las más sobresalientes los Chibchas o Muiscas, Caribe y Arawak.

De acuerdo con el censo del 2018  se contabilizó 1.905.617 personas, distribuidos en 87 grupos indígenas. En cambio la ONIC se refiere a la existencia de 102 pueblos indígenas, de los cuales 18 se encuentran  en peligro de extinción.

La vida de todos estos pueblos indígenas, no ha sido nada fácil, por los vejámenes e intromisión a sus costumbres, ritos y conocimientos por parte de otras culturas. También les ha correspondido convivir con una guerra ajena que los mantiene acorralados por el fuego cruzado de los organismos del Estado, las guerrillas, paramilitares  y bandas criminales.       

En pleno siglo XXI es ignominioso y penoso lo que deben experimentar nuestros indígenas, en afectaciones a sus territorios, en muertes, en amenazas, atentados a su infraestructura, en hurtos, abusos sexuales, confinamientos, desplazamientos forzados, retenciones ilegales, reclutamientos, secuestros, torturas y demás conductas atentatorias contra DDHH, por lo que se hace indispensable la intervención inmediata de la comunidad internacional y todas las fuerzas vivas del país en protestar y evitar semejante degradación.

De acuerdo con el informe de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), el panorama no es nada alentador, ya que  se presentaron 43.033 afectaciones a los Derechos Humanos en el período comprendido de noviembre de 2016 a octubre 23 del 2019 y en lo que va corrido del gobierno del presidente Duque, las afectaciones ya superaron la no despreciable cifra de 23.388 personas/ casos.

Muestra además el informe de la ONIC, que en el último año, las comunidades que han resultado más afectadas son: los Embera-Chamí, Embera–Dóvida y Katío, los Wayúu, los Wounaan, Nasa, Awá, Zenú y Yukpa. Y las regiones más comprometidas con esos desmanes son: Chocó, Guajira, Antioquia, Córdoba, Cundinamarca, Nariño, Norte de Santander, Cauca, Risaralda y Valle.

Lo triste es que nuestros pueblos indígenas, soñaban con la paz, pero desafortunadamente vienen experimentando con gran dolor que todo lo construido para conseguirla se está deshaciendo por simples egos o factores políticos. Sufren de primera mano el resurgimiento de la violencia que se ha venido ensañando contra sus pueblos, autoridades y líderes sociales, por el solo hecho de preservar su cultura, salvaguardar la vida de sus comunidades, proteger la madre tierra y su territorio.

La heroica lucha de los indígenas, los hace muy vulnerables, ya que solo cuentan con sus voces y bastones de mando para enfrentar a una delincuencia trasnacional, a los extractores ilegales de minerales, a la guerrilla, paramilitares y a los que pretenden a sangre y fuego hacerse a sus territorios para los cultivos ilícitos y corredores del narcotráfico.

Ante el genocidio de líderes sociales y miembros de las comunidades indígenas, cunde el desconsuelo y la desesperanza por la ineptitud del gobierno en  protegerlos y en buscar soluciones coordinadas y efectivas a la actual problemática.         

El llamado es a que respetemos las movilizaciones en paz de indígenas y sectores sociales, no hay que mirarlas con tanta displicencia ni estigmatizarlas, por el contrario, hay que escucharlas y llegar acuerdos porque no son actores del conflicto sino víctimas de la confrontación y del deterioro social que actualmente vive nuestro país.