Por: Balmore González Mira

Una de las mayores revelaciones que nos haya permitido la cuarentena, es la gran importancia que tiene para el mundo el sector agropecuario y su verdadero valor para toda la humanidad. Nuestros campesinos han demostrado que cualquier otro sector productivo puede desaparecer, pero si desaparece la producción de comida, tal vez, sin ser muy exagerado, estaría en peligro la especie humana. Son los únicos que pueden garantizar la cadena alimenticia de millones de consumidores que desconocen el origen de lo que diariamente llevan a su mesa. La deuda histórica que mantenemos con los campesinos cultivadores no podrá saldarse fácilmente, pero es hora de comenzar.

Los actuales gobernantes de los municipios más rurales y agropecuarios deberían aprovechar la oportunidad que está dando la pandemia para direccionar con todo vigor sus planes de desarrollo hacia el campo y hacer unos convenios con los alcaldes de grandes ciudades que les permitan crear unas cadenas de producción-distribución y consumo que haga posible a nuestros campesinos poder vender sus productos a precios justos, y donde sus cosechas no sean pagadas con bicocas por los intermediarios mercaderes que se enriquecen en minutos, con los cultivos que necesitaron esfuerzos gigantes y largos tiempos para su producción y donde el campesino es el menos beneficiado.

Lo anterior podemos unirlo a una cultura ecológica que permita una explotación sostenible y orgánica que fácilmente pueda convertirse en centros experimentales, de exploración y conocimientos, para que las nuevas generaciones citadinas visiten como un atractivo turístico pues todo lo del campo para estos Centennials puede resultar exótico e interesante.

Para ello también es menester  fortalecer las Juntas de Acciones Comunales, como núcleos primarios de las organizaciones sociales campesinas y que sean ellas quienes a través de convenios interadministrativos con alcaldías y gobernaciones puedan hacer todas las tareas del estado en el sector rural,  desde mantenimiento de caminos hasta la capacitación y educación en las veredas más alejadas, en asocio con instituciones como el bachillerato y la universidad digitales. Para que  esto sea viable y posible, es urgente llevar internet a todos los territorios para que estos instrumentos sean aprovechados en la formación de los jóvenes campesinos y sean ellos quienes ayuden a sus padres a hacer lecturas a través de adminículos  electrónicos, de herramientas como el Plan de Ordenamiento Territorial Agropecuario, POTA, como un importante insumo para comenzar a determinar qué podemos sembrar en nuestros territorios. Antioquia es y podría ser aún más, el gran abanderado de la revolución agropecuaria, ecológica y turística del país, si establecemos con decisión y coherencia, las políticas existentes y unas nuevas para el sector Agro-Eco-Turístico.

Los precios de insumos, unidos a un banco campesino formado realmente para el campo, o la definitiva transformación del Banco Agrario, con préstamos y subsidios realmente acordes con las necesidades del sector y la congelación y/o regulación de precios de insumos para el mismo,  unido a una exención de impuestos a los campesinos que direccionen su producción hacia ese eje, los haría más competitivos y muy seguramente garantizaríamos que esta no sea una labor y una especie en vía de extinción.

Finalmente se debe fortalecer a nuestros campesinos en una verdadera política de cómo llegar a la pensión, a través de un aporte pequeño que les permita tener una vejez digna y menos traumática de la que hoy padecen, con planes más asequibles que los ya existentes beps.