Por: IVÁN  ECHEVERRI  VALENCIA

Dwight D. Eisenhower:   ”Odio la guerra, ya que sólo un soldado que la ha vivido, es el único que ha visto su brutalidad, su inutilidad, su estupidez”.

Por estos días el mundo mira con indignación y  espanto el bombardeo  por parte de las Fuerzas Armadas de Colombia, en las inmediaciones del río Ajajú, en la vereda Buenos Aíres del municipio de Calamar, en el departamento de Guaviare, en el que murieron 10 presuntos integrantes de la disidencia de la ex-Farc y tres más fueron capturados heridos.

Esta nueva acción militar, recuerda el bombardeo de 2019 en el que murieron 7 menores y revive el debate sobre el reclutamiento de niños, hecho que ha impactado más a la comunidad internacional y organizaciones defensoras de los derechos humanos, que a los mismos connacionales, que continuamos divididos en una controversia de nunca acabar de encontrar la paz de una manera civilizada mediante la negociación y otros que solo la plasman a través de sangre y fuego hasta conseguir el sometimiento del enemigo, sin importarles el costo en pérdidas de vidas humanas, como lo acaecido en el Guaviare donde murieron bajo la lluvia de bombas estatales según familiares y medios de comunicación los siguientes niños: Rosa Jaramillo de 9 años, Jhonatan Sánchez de 10 años; Marlon Mahecha de 12 años, José Macías y Zaira Ruiz de solo 13 años; Yeimi Vega y Jorge González de 14 años; Karen Chaves, Danna Montilla, Samir Navarro y Sebastián Rojas de 16 años, además de Jhon Javier Cortázar y otro no identificado. Herodoto decía: En la paz, los hijos entierran a los padres; en la guerra los padres entierran a sus hijos.

La legitima pandemia que vive nuestro país es la guerra, la violencia, la inseguridad, la  miseria, el hambre, el desempleo y la falta de oportunidades de estudio de nuestros niños y jóvenes, los cuales son reclutados por grupos de ilegales y de bandas criminales que de manera violenta los desarraigan de su familia y de su entorno; y en otras oportunidades los adolescentes  se unen a estos grupos irregulares para escapar a la pobreza, al maltrato o con un espíritu de venganza por tanta desigualdad e injusticia. Es imperdonable que los niños sean separados de sus familias para ser usados como combatientes por las guerrillas y grupos de forajidos, es todo un crimen que se convierte en una verdadera tragedia.

El Derecho Consuetudinario y el Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra de 1949, sucesivamente prohíbe el reclutamiento de niños y que estos participen en las hostilidades; existen infinidad de declaraciones y protocolos  ratificados por Colombia en donde se deben adoptar especiales medidas de protección y de asistencia a menores de edad y adolescentes y sobretodo el de  evitar el reclutamiento forzoso u obligatorio para utilizarlos en conflictos armados.

En el Protocolo adicional a la Convención Americana de los Derechos Humanos, aprobado por Colombia mediante la Ley 319 de 1996 se señala: “….Todo niño tiene el derecho al amparo y bajo responsabilidad de sus padres”. “…todo niño tiene derecho a la educación gratuita y obligatoria, al menos en su fase elemental, y a continuar su formación en los niveles más elevados del sistema educativo”.

En nuestro medio los niños de las zonas más alejadas  y del campo, son los más desvalidos y golpeados gravemente por la miseria, desnutrición, por una paupérrima calidad de la educación si es que pueden acceder a ella y perseguidos sin ninguna consideración por los criminales para sus fines delincuenciales. A esos niños y niñas se les van cerrando las puertas para entrar en el futuro.

Los niños nacidos en los últimos sesenta años en condiciones infrahumanas, en medio del analfabetismo de sus padres, en un campo minado por el terror, han sido testigos de primer orden de la violencia que ha ensangrentado por décadas a nuestro país; han visto caer a sus padres, a hermanos, familiares y amigos, bajo el fuego  cruzado de criminales y en otras ocasiones por desaciertos de la Fuerza Pública. Estos niños y adolescentes no son “máquinas de guerra” como los tilda el Ministro de Defensa, sino que son las verdaderas víctimas, de una guerra sin sentido y ajena, donde solo combaten pobres contra pobres, sin tener la más mínima idea, el por qué ellos están involucrados.

Desacertado comentario del ministro Molano tratando de justificar un error de táctica militar de las fuerzas bajo su mando, en la que faltó mayor inteligencia, un operativo que violó el principio de distinción, careció  de  minuciosidad para actuar y dejó entrever el apresuramiento para  mostrar un “logro”.

Los niños de la Colombia olvidada, hijos de la guerra, no debieron morir de esa forma cruel,  sino que se debió constatar antes del operativo su presencia en ese lugar, haberlos rescatados sanos y salvos,  rehabilitarlos, devolverlos al seno de sus familias y reintegrarlos a la sociedad; obligación que recae en las autoridades en cumplimiento de lo preceptuado en las normas internacionales y nacionales. El papa Francisco señala: A miles de niños se les roba su infancia obligándoles a combatir en conflictos armados. Detengamos este crimen abominable.

Total condena y descalificación para los bandidos, criminales y terroristas que siguen de manera despiadada e inhumana reteniendo a niños y jóvenes, a los que les debe caer todo el peso de la Ley sin ninguna contemplación ni beneficios.

La marca de un gobernante no es su habilidad para hacer la guerra, sino para conseguir la paz. (Mónica Fairview)