Por: Misael Cadavid MD

Así titulo la prestigiosa revista TIME en su última edición: 2020 el peor año de mi vida.

El año 2020 no pasará desapercibido en la posteridad después de una serie de incendios forestales de gran magnitud en la Amazonia y en California, accidentes aéreos en Irán y Pakistán, la muerte de grandes leyendas del cine, la música, el deporte, la política y los disturbios sociales en varias partes del mundo buscando la reivindicación de derechos humanos fundamentales y varios desastres naturales, entre ellos el huracán Iota que nos golpeó fuertemente. Y, por supuesto, por la pandemia del coronavirus que afectó a todos los países del mundo en medidas distintas, pero que nadie se salvó de vivir algún tipo de impacto social y económico. Sin embargo, en el momento de elegir el peor año registrado de la historia de la humanidad, la lista es larga.

Enfermedades, pestes y guerras azotaron a los hombres a lo largo de toda su existencia. Algunos de los peores años, según expertos, fueron: 1349 por la peste Negra que diezmó a la mitad de la población europea; 1520, cuando la viruela devastó América y mató entre el 60% y el 90% de los pobladores originarios del continente; 1918, cuando la gripe española provocó la muerte de más de 50 millones de personas; 1933, cuando se produjo el auge de Adolf Hitler que fue, sin dudas, un punto de inflexión no solo en el siglo XX, sino en toda la historia moderna.

Sin embargo, muchos investigadores no dudan en elegir al año 536 como el peor de la historia.

De acuerdo al historiador medieval Michael McCormick, ese “fue el comienzo de uno de los peores períodos para estar vivo, si no el peor año”.

Ese año comenzó con una niebla inexplicable y densa que se extendió por todo el mundo y hundió Europa, Medio Oriente y partes de Asia en la oscuridad durante las 24 horas del día, por 18 meses.

… “El Sol daba su luz sin brillo, como la Luna, durante este año entero, y se parecía completamente al Sol eclipsado, porque sus rayos no eran claros tal como acostumbra”, escribió Procopio de Cesarea (500-554 d.C.).

La crónica del historiador bizantino continuaba así: “Y desde el momento en que eso sucedió, los hombres no estuvieron libres ni de la guerra ni de la peste ni de ninguna cosa que no llevara a la muerte”.

Las temperaturas en el verano de 536 cayeron 1,5°C a 2,5°C. Tanto frío hacía que incluso nevó en China. Fue el inicio de la década más fría en los últimos 2.300 años.

Los cultivos se perdieron en todos los países europeos, asiáticos y africanos y la hambruna se expandió fuertemente. Este período de frío y hambre llevó a un estancamiento económico muy fuerte y en el año 541, un brote de la peste bubónica, conocida como Plaga de Justiniano, provocó la muerte de casi la mitad del Imperio Bizantino.

Las catástrofes que se vivieron ese año fueron producto de una causa natural. Se pudo conocer que una erupción volcánica en Islandia a principios de 536 provocó la propagación de grandes cantidades de cenizas en el hemisferio norte, creando la niebla que llevó al mundo a la oscuridad.

Esta erupción fue tan inmensa que alteró los patrones climáticos globales y los cultivos de los años siguientes.

Ahora bien, lo único bueno del 2020 es que en menos de 3 días se acaba. Por cuenta de la pandemia 5,6 millones de colombianos caerán en la pobreza, 2 millones en la miseria, casi 43 mil muertes, miles de empresas quebradas y la economía registrando sus peores indicadores es óbice  para extraer algo positivo a este año.

Esas trilladas frases que se han vuelto de cajón: “la nueva normalidad llegó para quedarse” y “nada volverá a ser lo mismo” es desconocer la esencia del ser humano, al contrario todo seguirá siendo exactamente igual, creer que se impondrá el teletrabajo, las reuniones por zoom, las compras Online y la educación virtual es utópico y quimérico. El ser humano es por esencia social y afectivo.

Y empezaron a decir algunos que seríamos mejores, que la crisis nos cambiaría. Nada cambio y solo vivimos una pequeña pesadilla que muy pronto terminará. Y sutilmente la pandemia ahondó las diferencias sociales y nos mostró que el fin del mundo también arrincona con más ferocidad a los desposeídos.

Al principio de la pandemia se respiraba un aire de positivismo, de amor, de comprensión, de solidaridad, de cambios espirituales, de volver al poder de lo simple, de moderación social, económica y hasta sexual. Era casi un poco tierno. Nos convertimos ya no en técnicos de fútbol sino en filósofos románticos exclamando que nos volveríamos mejores seres “humanos”, que el planeta necesitaba un respiro, que nos amaríamos más unos a otros, que seríamos más tolerantes y un etc., etc., etc. Solo estábamos muertos de miedo, nunca antes habíamos visto la posibilidad de perder la vida súbitamente, pero en la medida que se fue entendiendo el virus, su tratamiento y ahora la vacuna, nos ha vuelto a ser la especie humana depredadora,egoísta,individualista,materialista,egocéntrica,narcisista,exclusivista,desalmada,índolente y apática que lastimosamente nos caracteriza.

Pero hoy todo hasta parece un chiste con los centros comerciales, discotecas, restaurantes repletos; ahora  sabemos que el miedo no dura para siempre cuando el mal no nos toca a nosotros.

Ahora las noches dejaron de ser largas y espantosas para convertirse en cortas y placidas, ahora los adolescentes solo disfrutan del encierro siempre y cuando no sea obligatorio, ahora revelamos que nuestro temor durante meses no fue el encierro, sino ver nuestra propia cara en la soledad, por eso todos estamos desbocados a la calle, sin importar que otros puedan morir.

… La pandemia no nos hizo mejores, nos reveló.

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