Padre de Dimar Torres: “Que mis nietos no sufran como mi hijo”

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Gonzalo Domínguez Loeda

Campo Alegre (Colombia), 25 ago (EFE).- El pasado 22 de abril la vida de José Manuel Torres dio un giro inesperado, un militar asesinó a sangre fría a su hijo Dimar, un exguerrillero de las FARC que había vuelto a casa al calor del proceso de paz. Hoy su deseo es claro, que sus nietos no pasen por lo mismo.

“La esperanza la tengo, la paz tiene que llegar por mis nietos. Tengo 22 nietos, no quiero que la guerra siga, quiero que todo marche bien que mis hijos y nietos tengan una vida feliz. No quiero que el hijo de mi Dimar tenga que pasar por la misma situación que pasó (su padre)”, afirma Torres a Efe.

José Manuel, de 74 años, sigue viviendo en su casa de toda la vida, al lado de la que Dimar había comenzado a construir para instalarse y cuidar a sus padres. Está en una pequeña aldea, Campo Alegre, en medio de un camino que parece no conducir a ningún lugar en pleno corazón del Catatumbo, una región incendiada por el conflicto armado y pegada a la frontera con Venezuela.

Para llegar hasta su hogar de campesino hay que atravesar en el municipio de Convención, en el departamento de Norte de Santander, montañas sembradas de coca durante horas de camino polvoriento, el mismo que recorrió Dimar cuando salió de la cárcel y dejó las armas tras la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC.

Ese día, los padres de Dimar vieron volver su gran esperanza, la que debía ayudarles en una vejez acelerada por la dureza de la vida en una región asociada al conflicto y en la que las siglas de guerrillas -FARC, ELN, EPL- se entrelazan con el viejo fantasma del paramilitarismo en un bucle de violencia que parece infinito.

Con su escueto vocabulario, José Manuel recuerda cuando su hijo regresó y sintió “una alegría muy grande”.

“El volvió a trabajar y siguió ayudándome, estuvo conmigo en la casa y construyó una casita al lado de la mía. Luego se consiguió una muchacha y siguió viviendo conmigo”, rememora José Manuel.

Sus padres y su nueva pareja dependían de él y parecía que iba a retomar una vida en la que la guerra debía ser un largo y oscuro paréntesis.

Sin embargo se le cruzó en medio de un camino el cabo segundo Daniel Eduardo Gómez Robledo que le disparó en medio de la noche y, según las denuncias de la comunidad, intentó ocultar su cadáver.

En Campo Alegre los rumores ya se han disparado y las acusaciones contra los militares son de todo pelaje. Lo que sí quedó demostrado es que no querían mostrar su cuerpo ya sin vida y una treintena de vecinos tuvo que ir a reclamarlo.

El escándalo sacudió toda Colombia y terminó con el coronel Jorge Armando Pérez Amézquita, superior inmediato del cabo Gómez, llamado a retiro y el ministro Guillermo Botero sometido a debate en el Congreso.

Sin embargo el tiempo ha corrido y el caso va quedando en el olvido entre la opinión pública colombiana aunque marcado a fuego en la memoria de José Manuel y de su nuera, que tendrá un hijo póstumo de Dimar.

“Yo nunca había perdido un hijo, yo siempre le pedí a Dios que nunca fuera a perder uno antes de morirme, Dios no me escuchó. Nunca me imaginé la muerte de mi hijo”, explica.

José Manuel y su esposa están ahora a la espera de su nuevo nieto a quien asegura que recibirán “con mucho gusto” y en previsión de lo que espera al final de su vejez no duda al asegurar: “Si no lo criamos nosotros lo criarán los tíos”.

Como si todavía no lo creyera, José Manuel recuerda a Dimar aún vivo, sin el camuflado militar ni el fusil que le “decía que estaba muy feliz y que iba a seguir su vida de civil trabajando” y manteniéndole hasta que muriera.

“Escucharlo me deba mucha alegría. Nos íbamos a trabajar y me decía ‘papá siéntese, no trabaje tanto’. Él nunca me dejaba solo”, agrega.

Pese a todo, José Manuel habla sin rencor y afirma que si tuviera delante a los militares que asesinaron a su hijo “les diría que hicieron muy mal matándolo” y está seguro que “a ellos no les gustaría que les mataran a los suyos de ese modo, abrieran un hueco y se los enterraran como hicieron con mi hijo”.

“Me dijeron que no habían sido ellos. Yo les dije que si mi hijo les debía algo porque no lo pedían”, dice todavía con el recuerdo de su hijo fresco.

¿Usted todavía puede perdonar? “Ya lo que pasó, pasó. Habrá que perdonar, si perdonó Dios ¿por qué yo no?”, responde lacónico. EFE