Sergio Zuluaga Peña – 𝙰𝚋𝚘𝚐𝚊𝚍𝚘.

Cuando empieza una revuelta social, la principal fuerza impulsora es el descontento popular con las miserables perspectivas económicas de la mayoría de las personas, una de las características de la revuelta social es su énfasis en exigir una mejor gobernabilidad y una distribución más justa de las oportunidades económicas.

Lo sorprendente de los levantamientos que estamos presenciando, es la ausencia relativa de cualquier motivación ideológica distintiva. Los jóvenes y mujeres que son impulsadas a la acción  comparten su mismo anhelo, bastante universal, un deseo de prosperar económicamente y un profundo sentimiento de frustración y desesperación ante los obstáculos insuperables del camino. 

Si aceptamos que los agravios económicos están entre las principales fuerzas impulsoras detrás de los levantamientos, es necesario aceptar que el resultado inexorable de una pandemia  son las dificultades económicas para la sociedad,  la situación que ha conducido  a los levantamientos de nuestra sociedad en estos últimos días  no es  cíclico ni es el resultado de un choque externo repentino, las quejas se han acumulado durante el período de estancamiento  económico y social en la pandemia y obviamente de su pésima gestión por parte del Gobierno sumado al mismo comportamiento del pos-conflicto y, ello es apenas obvio porque, si  se gobierna mal en épocas de normalidad,  peor aún en épocas para las que nadie estaba preparado.

Ahora bien, ante la angustia económica y social la gente considera que debe tomar las calles para derrocar la estructura político-social disfuncional que les ha fallado económicamente, pero paradójicamente, al hacerlo, empeoran drásticamente la situación económica general, al menos a corto plazo.  Es claro que antes de los levantamientos  de la pandemia y el pos-conflicto, los indicadores macroeconómicos en general habían sido entre regulares  y apenas  normales comparado con los demás países latinoamericanos, pero la distribución de la riqueza siempre ha sido extremadamente desigual. Ante la pandemia  y el pos-conflicto en estos  últimos años se  han mostrado un declive económico muy serio y duradero. El dramático empeoramiento de las condiciones económicas hace que la situación sea inherentemente difícil, la transición hacia la pos-pandemia  será  exponencialmente más difícil. Para ser muy claro, incluso en las mejores circunstancias, la transición a la  pos pandemia conllevará un cambio significativo y una incertidumbre tenaz. Esto se traduce directamente en perspectivas económicas malas, que lamentablemente, reduce la probabilidad de que su propia transición sea exitosa. En nuestra situación ya difícil, se agrava por el legado de la mala gestión económica derivado de un pos-conflicto  y un pésimo manejo durante la pandemia. 

El pesado legado autoritario en el panorama institucional y la cultura política, agravada por errores políticos masivos, pero evitables más las posibilidades reducidas de una transición exitosa  a la pos-pandemia darán lugar a continuos  levantamientos populares  a nivel nacional y pueden conducir  a una mal peor, un populismo nacionalista, que viene siendo gestado y de seguro va a  nacer  de la experiencia común de resistencia y lucha, un sentido resultante de autodeterminación y sentimiento de solidaridad.

Los levantamientos también vienen siendo  avivados por el sentimiento  de que a la legitimidad popular, los derechos les han sido violentados y usurpados por los gobernantes locales y nacionales,  que desesperados se tornan autoritarios y combinado con la desastrosa experiencia de las privatizaciones extremadamente corruptas y mal manejadas de la década anterior en temas como la salud y los servicios públicos en general, esto ha llevado a expectativas económicas muy poco realistas con respecto a la justicia social.

El resultado es una imagen muy poco realista del papel económico del estado. Esto es,  no se distingue suficientemente entre lo regulatorio, redistributivo, y papel realmente productivo del estado. La bonanza de las llamadas locomotoras   minera y petrolera que había permitido al estado evitar muchos ajustes estructurales dolorosos en el pasado, ese  dinero fácil había protegido notablemente el empleo improductivo del sector público,  pero dejó un legado de muy alto desempleo juvenil, productividad laboral muy baja, tasas de participación en la fuerza laboral muy bajas, especialmente para las mujeres, y una dependencia muy alta del sector informal, infraestructura social por debajo o fuera de lugar de la inversión dejó incapacitado al estado para  responder a las exigencias del pueblo.

La brecha extrema entre los superricos y el resto de la sociedad, y lo fiscalmente insostenibles de la dependencia de los subsidios, que distorsiona los precios, lleva a la sociedad a una alta polarización. Como resultado de las rentas del petróleo y otros comodities,   nuestra  economías no es muy productiva  y se centran en las redistribuciones a través de redes del subsidio, a menudo en la forma de empleo ineficaz del sector público, en lugar de la producción de riqueza. En consecuencia, la economía esta mucho menos integrada en el mundo global o comercio regional, y corregir estas deficiencias estructurales, dejadas por décadas, ahora de alguna manera tendría que suceder milagrosamente. En las intensas condiciones de agitación política después de estas rebeliones que suceden lo suficientemente rápido como para pretender que existan respuestas económicas y sociales iguales  de rápidas, para satisfacer las expectativas populares poco realistas, debemos prepararnos para ajustes y desajustes inesperados por ello se hace necesario una reflexión profunda de como se debe pensar el Estado Colombiano y las decisiones que hemos de tomar en las urnas próximamente. ¿Qué tal si pensamos en grande?.