EDITORIAL

Como fruto de la polarización política entre izquierda y derecha que se viene presentando en Colombia, durante los últimos años, se ha revolcado toda la institucionalidad del país, pues, lo que se va decidiendo y haciendo en todos los sectores y a todo nivel del Órgano del Estado, depende de la cabeza y manos de los integrantes de uno de los dos bandos enfrentados de acuerdo a su propia conveniencia, haciendo imposible la gobernanza.

Esta indeseable y tonta polarización ha dado lugar a que se laven en público las mechas y la ropa sucia. Con todos estos escándalos, le ha permitido al pueblo comprender que la corrupción en Colombia, es muy grave y está inmersa en todas partes, tanto en el sector público como en el privado.

La clase política no está ajena a este aberrante despropósito de pretender esquilmar de manera angurriosa los recursos públicos. Es tal la corrupción que se vive en el país, que llega a hechos inverosímiles sin que haya órganos de control capaces de ponerle el taque-quieto de una vez por todas.

La imaginación no tiene límites para la corrupción, se recurre desde una simple coima,  una falsificación de documentos, una variación de los términos de referencia de una licitación, de un concurso e invitación, hasta descalificación de licitantes sin razón alguna y la cartelización de proponentes. Las decisiones estatales, también se han visto afectadas por parte de financiadores y promotores de campañas, quienes proceden soterradamente a ejercer fuertes presiones para resultar favorecidos en contratos o las respectivas nóminas  y así poder recuperar su inversión o multiplicarla.

Volviendo al tema de la polarización que empezó con una guerra interna llena de envidias y rencores entre altos mandos de la derecha y la izquierda, repartieron odios y rencores por todas partes y en todos sus niveles, moviendo al resto del país para que se vaya involucrando y tomando partido de manera peligrosa. Tanto que ahora, el odio y la revancha hicieron cultura y se ha interiorizado dentro de esas dos grandes corrientes, fragmentándolas filosóficamente con un efecto maligno que tiene dividido a la nación en una situación en la cual nadie parece saber qué es  bueno y que es malo; quien dice la verdad y quien nos engaña; es tal la polarización, que ya, ni siquiera, sabemos qué es lo que verdaderamente queremos. Lo único claro, es que dicen seguir siendo de derecha o de izquierda, a los que siguen manipulando sus líderes y tristemente percibimos que sus seguidores desde los más encopetados e ilustrados hasta los ciudadanos más simples actúan como unos pobres borregos.

Por eso, tanto en la vida de los colombianos como dentro de las instituciones, vivimos en una confusión permanente, algo que se consideraba bueno, hoy es malo; se elige y después se arrepiente; se respalda y luego se ataca; se captura con argumentos y se deja libre por presiones indebidas o leguleyadas; se quiere que lo público siga siendo  público, pero se busca privatizarlo; que quien mande sea fulano, no, perano; se está ahí y después se sale corriendo para otra parte. Se vive una situación compleja de desunión y de mantener el caos, hasta que los manipuladores determinen. Los polos nunca coinciden pero si mantienen la zozobra para sus réditos políticos.

Y lo peor, es el abuso de poder y extralimitación de funciones de algunas instituciones politizadas, que como prestidigitadores, tiran al aire soluciones a cada crisis basadas en posiciones absurdas, pero que al mirarlas y analizarlas a fondo, lo único que buscan es abrirle paso a la segunda fase del flagelo, que es un estado de la libre corrupción y a conveniencia.

Vivimos momentos de contaminación y propagación del virus más letal que es la corrupción, no parece existir una institución libre de ese mal, ni alguien que sea capaz de impedirlo.

Hay intereses de algunos poderosos que buscan poner la corrupción por encima de la ley. Siempre, bajo la creencia de que todos son corruptos menos ellos ¡Qué miedo!

Foto de anuncio tomada de efe y meramente decorativa