EDITORIAL

Presidente, Congresistas, altas cortes y extremistas:

¿Qué es lo que quieren hacer con Colombia?

Por falta de un control del orden público eficaz, el País se ha venido desquebrajando en grupos de intereses políticos y económicos a su propia medida, a costa de cualquier ocurrencia, incluyendo el debilitamiento de las instituciones y los efectos que la fuerza o la guerra inducida pueda generar a quienes no pertenecen a esos grupos.

El desorden público incontrolado se ha encargado de “mantener revuelto el rio” y los principales dos bandos políticos tratan de sacar la mejor pesca de él.  

Los insatisfechos con el proyecto de Reforma Tributaria tomaron las banderas, invitando a que todos los colombianos salgan a las calles a protestar contra las injusticias que supuestamente este proyecto contiene. Paro sobre el cual los dos polos tomaron sus particulares y propias posiciones:

El papel de la izquierda, podría sintetizarse en el aprovechamiento del caos y de las ventajas del “rio revuelto”, con posiciones extremas y a su conveniencia, que todo lo que no sean ellos es injusto, y que si a través del paro se pudiera tumbar al gobierno, estaría bien, porque ellos serían capaces de echarle mano y manejarlo mejor. 

La derecha, por su parte y desde el otro extremo, también quieren sacarle provecho al caos y se limitan a desmotivar las protestas, a que no salgan, a que no apoyen porque se trata de movimientos castrochavistas, que lo único que quieren es convertir a Colombia en otra Venezuela y que los malos, los injustos y los violentos son los otros.

O sea, la misma carreta de ambos grupos, la misma pobreza de argumentos y el mismo ruido explosivo de la peligrosa e inútil polarización violenta que se viene intensificando cada vez más, durante lo corrido de este siglo.

Entre tanto, a los polarizadores se les metió por el medio de las protestas un tercer bando, actuando libre de todo control político, gubernamental y social: el bando de los vándalos o bandidos o bandoleros urbanos, que aún no se sabe de dónde salieron. Este nuevo clan,  hace de las suyas y avanza en gravedad bélica e intensidad y cantidad de daños en cada nuevo paro que los insatisfechos por cualquier cosa convocan. La inútil polarización les ha permitido a los bandoleros que mejoren exponencialmente sus poderes. Así, han avanzado en preparación de sus territorios entre un paro y el que sigue, para que sus flagelos puedan hacerlos cada vez con más libertad, con más violencia, con más daños e, incluso, los han ido metiendo dentro de la legalidad. ¡Qué vergüenza!

En busca de un mejor territorio, los bandoleros lograron meter dentro de la legalidad, que la fuerza armada no pueda estar armada en sus atentados contra la comunidad pasiva y contra los marchantes decentes. Con este último paro lograron ya, que los periodistas de importantes medios los entrevistaran, y demostraron que están por encima de la justicia que prohibió la marcha, por encima de los decretos ley del Estado de Emergencia reinante en el país por la pandemia, por encima del derecho a la propiedad privada, por encima de los fallecidos y enfermos de Covid-19 y por encima del dolor de sus familiares. Ni en una anarquía absoluta tienen cabida estas libertades. ¿En Colombia si caben? Claro: ya lo demostraron.

En materia de leyes y costumbres, lo que los bandidos logran se convierte en libertades que NUNCA LAS VUELVEN A CEDER. O sea, que las esperanzas son oscuras, mientras el gobierno no actúe con una potencia mayor a la que actúan los bandoleros, para poderlos acabar. Porque leyendo el pensamiento de los dos polarizadores, del gobierno y mismo del pueblo, todos coinciden con las esperanzas de la mayoría del pueblo colombiano, en ser enemigos de la violencia y de la injusticia social.

La situación en la que está cayendo el país no es un problema que lo deba arreglar la derecha ni la izquierda, pues  los dos bandos parecen sentirse contentos viviendo en ese ambiente de desorden y peleas, además de inhabilitados,  porque han sido ellos mismos los que tienen sumido al país en esta lamentable situación de orden público, mientras su único interés, de ambos, lo centran en mantener el poder político a su favor y que sus propios patrimonios crezcan o, por lo menos, se mantengan incólume ante toda eventualidad. Lo demás, incluyendo el bienestar y la justicia social para todos los colombianos por igual, nada les interesa a ninguno de los extremistas. ¡Egoístas!

Pero, a todas estas, ¿Qué está haciendo el gobierno para que ninguna de estas tres agrupaciones se nos trepe al poder? Es hora de que al País se le sientan decisiones serias, firmes, contundentes y consecuentes con el cumplimiento de la palabra de un gobierno que se comprometió a mantener el país en paz y en un ambiente de justicia y bienestar social, para beneficio de todos los habitantes del territorio colombiano. Y no, solo, para “los que votaron por…” Si no queremos ser otra Venezuela, es el Gobierno el que tiene que demostrar que es capaz de administrarlo como si se tratara realmente de esa Colombia en la que le gustaría vivir no solo a los de derecha y los de izquierda, sino también como les gustaría vivir a los demás, que son la mayoría de los colombianos. Que, ¿hay que hacer unos sacrificios y esfuerzos? Categóricamente sí. Pero el gobierno, incluido el Congreso y las altas cortes, deben saber que lo que tienen que hacer no está lejos de las leyes y de las promesas que hicieron para que los eligieran y, los no elegidos popularmente, para cumplir lo que juraron en sus actos de posesión. Y si a la izquierda y la derecha y a los Congresistas en general les gusta que no seamos otra Venezuela, pues que dejen de pelear y trabajen encaminando todo por el camino que debe ser para cumplirle al pueblo y, mediante un acto de humildad, tratar de mantenerse unidos, apoyando aquellas iniciativas con las que el gobierno podría  materializar el cumplimiento de lo prometido para bien de todos. Lo cierto es, que ya el Presidente y el Congreso fueron elegidos democráticamente y en atención a las promesas que hicieron; no obstante,  a dos años largos ya, no se ven señales de cumplimiento. Eso es lo fundamental en un Estado y a eso debe reducirse la respuesta al favor de un voto mayoritario: cumplir con lo prometido. Ninguno de los elegidos popularmente ha prometido al pueblo, un país o territorio peor al que recibe ni una Colombia en caos permanente.

No debería el gobierno continuar gastando inútilmente su tiempo y el presupuesto, tratando de inventar fuerzas o soñar con brujerías que quieran hacer de este país otra Venezuela. En la medida en que no sea posible ese acto de humildad para trabajar unidos y cumplirle al pueblo con la paz, la justicia y el bienestar social prometidos, en esa medida sería entonces el mismo Gobierno, el Congreso, las altas cortes y la misma derecha, quienes estarían llevando a Colombia a que se convierta en otra Venezuela. Nadie más, porque nadie más se ha comprometido, a nadie más se le ha dado atribuciones y nadie más ha sido elegido para gobernar durante estos cuatro años.