EDITORIAL

Con gran intensidad en el campo político y el económico, se está usando el poder de persuasión para hacer de él un negocio de desprestigio, para que la víctima pierda y cualquiera otro gane.

Nuestros políticos tradicionales aparentan cada vez más estarse quedando sin argumentos e ideas para sustentar su continuidad en el poder político que ostentan o el poder gubernamental al que quieren continuar aferrados per se, sin aportar nada que los sustente en sus cargos.

Esa falta de argumentos e ideas sólidas les está llevando a orientar todos sus esfuerzos y costos al bajo mundo de las campañas negras del desprestigio, apuntándole al blanco de nuevos movimientos y personajes políticos que, democráticamente, han querido incursionar al campo de la política. Y como locos ya, esa estrategia del desprestigio, sin pudor alguno se la aplican entre los mismos movimientos y personajes tradicionales, peleándose entre izquierdas contra centros contra derechas. Incluso, cuando se presentan fracturas al interior de los partidos tradicionales, se aplican entre los miembros desquebrajados la misma y sucia campaña del desprestigio.  

Para materializar una campaña de desprestigio, necesariamente se tiene que pasar por la injuria y la calumnia, pues se pretende deshonrar al contrincante político inventándole un cuento, poniéndolo a rodar y repetir y repetir a más no poder el mismo falso cuento hasta que quede claro que la opinión logró ser torcida. Configurándose, así, un delito que nunca será castigado, gracias a la facilidad y simpleza de la clandestinidad que ofrecen las redes sociales, el pensamiento sectario y amarillista de algunos importantes medios que lo hacen para cualquiera de los lados, dependiendo de la cantidad de billetes que ofrezca la ocasión y, por sobre todo, la inseguridad jurídica tan asombrosa que reina en el país, y a la que parece haberle quedado grande el tema de la injuria y la calumnia. Lo que hace que el desprestigio se convierta en una nueva forma de vida para los políticos perversos.  

Lo delicado del desprestigio y el billete es que, cuando se logra torcer la opinión con un cuento falso o irreal, el autor o interesado de este flagelo toca directamente con el delito de la extorsión: las campañas conscientes de desprestigio generan presiones indebidas a una cantidad apreciable de ciudadanos y los autores, utilizando su poder de persuasión, generan miedo, temor y angustia en sus víctimas, para que estas, en pro de evitar consecuencias funestas para sus intereses, no encuentren otro camino que cambiar su opinión. Ese fenómeno no está lejos de lo mismo que hacen los extorsionistas para lograr lo que quieran de sus víctimas.