EDITORIAL

Cualquiera sea el motivo, hoy la institucionalidad de Colombia se ve horriblemente afectada. Y sería inútil, injusto e inoportuno seguirle echando la culpa a la pandemia, pues ya la hemos cargado con todo lo que pasa: la pérdida de la libertad de los colombianos, la dictadura precaria con que se maneja el país y los cacareados deseos para imponer nuevos impuestos que permitan soportarla.

La institucionalidad flaquea, pero pareciera como si nuestro sistema de gobierno no sirviera o ya no le importara a nadie. Ni siquiera a la misma clase gobernante. Ante los desaciertos del Presidente nadie parece querer asistirlo con ánimos seguros o con señas que lo hagan comprender de que “por ahí no es…”. Los únicos que se mantienen listos, ante cada ligereza gubernamental, son quienes conforman el grupo de sus atacantes, pero solo con la intención maligna de hundir cada vez más al Gobierno. Y hundirlo, para avanzar en su objetivo que apunta a quitarle el poder e imponerle a Colombia otro sistema de gobierno. Bueno o malo, lo único cierto es que sería otro. Distinto.

Ni a los congresistas, ni a los ministros, ni al empresariado ni a la industria ni a las altas cortes ni al mismo partido político de Duque parece importarles la permanencia del sistema de gobierno de Colombia. Todos parecen contentarse con sus propios beneficios que les va dando el Estado en época de pandemia y su único, profundo y fácil análisis es que la culpa de todo lo malo que le ocurre a Colombia se debe al imaginario y gastado “chucho del castro-chavismo”, pero ninguno sale de frente a defender o asistir o acompañar o a encaminar públicamente al Presidente, para que desde la Presidencia las cosas se hagan bien y para que los propósitos del Presidente logren enderezarse y apuntar a blancos realmente necesarios, sustentables, viables, justos y de tal cubrimiento, que el pueblo entero vuelva a sentir amor por el sistema de gobierno dentro del cual nos toca vivir la vida.

Entre tanto, la oposición minoritaria se va haciendo grande, aprovechando el silencio, la ausencia y el desinterés de quienes deberían ser dolientes del sistema, para pregonar que lo que hace falta en Colombia es imponer el comunismo, sin mencionar su nombre y disfrazándolo, por ahora, en la menos horrorosa de sus tantas facetas.