2026: La Política en el Filo del Espejo

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EDITORIAL

Tener más de un centenar de precandidatos no es una muestra de vitalidad democrática; es síntoma de ruido político. Todavía hay tiempo para evitar que 2026 sea un espejo de 2022. Los partidos tienen dos caminos: ordenarse por convicción, o desordenarse por aritmética.

Colombia se aproxima a la contienda electoral de 2026 en medio de una particular paradoja: nunca habíamos tenido tantos precandidatos, y, sin embargo, nunca había sido tan escasa la claridad sobre el rumbo. Entre consultas partidistas, encuestas internas y aspiraciones al por mayor, el país se asoma nuevamente al riesgo de un escenario ya conocido: la fragmentación, la improvisación y la polarización que marcaron el 2022.

Tener más de un centenar de precandidatos no es una muestra de vitalidad democrática; es síntoma de ruido político. Cuando la oferta supera con creces la capacidad del ciudadano para diferenciar propuestas, la elección deja de ser programática y pasa a ser emocional. Allí florecen los personalismos, la antipolítica y los discursos simplistas que prometen soluciones inmediatas a problemas complejos.

Este desorden de aspiraciones también responde a incentivos conocidos. Los partidos más pequeños viven de avales y acuerdos burocráticos, no de ideas. La multiplicación de candidaturas se vuelve rentable para algunos, pero costosa para todos. La democracia, sin filtros, se convierte en vitrina para aspiraciones sin soporte.

Lo más preocupante no es la cantidad de aspirantes, sino la falta de unidad temprana. Cada bloque político —izquierda, centro y derecha— enfrenta el mismo desafío: reducir nombres, ordenar prioridades y construir una agenda mínima de país. La ausencia de ese proceso empuja inevitablemente al electorado a votar por descarte y no por convicción, alimentando gobiernos débiles desde el primer día.

Las elecciones de 2026 son una oportunidad para corregir esta dinámica. Colombia necesita candidaturas definidas con tiempo, agendas concretas y pactos de gobernabilidad que trasciendan el titular y la plaza pública. Seguridad ciudadana, empleo real, orden fiscal, educación técnica, infraestructura regional y salud sostenible deben ser el núcleo del debate, no accesorios de campaña.

Si esa conversación no se da ahora, la historia se repetirá. Volveremos a una segunda vuelta protagonizada por candidaturas que representan el miedo al adversario y no la confianza en un proyecto. Eso no fortalece a la democracia; la desvertebra.

Los partidos tienen dos caminos: ordenarse por convicción, o desordenarse por aritmética. Y la segunda opción siempre llega, tarde o temprano, con una factura costosa para todos.

No es suficiente sumar más voces. Lo responsable es ordenar las que ya existen.

No es valiente prometer burocracia. Lo valiente es ejecutar políticas públicas serias.

No es inteligente apostar al caos y esperar gobernabilidad. Colombia ya conoce las consecuencias de improvisar. El pueblo las vive, las paga y las recuerda.

Todavía hay tiempo para evitar que 2026 sea un espejo de 2022. Pero el reloj no perdona: o se toman decisiones ahora, o la democracia volverá a navegar sin timón, empujada por la corriente de la polarización y el desencanto.

La responsabilidad ya no es electoral. Es histórica.

COLUMNA EDITORIAL DE EL CORREO, con apoyo de ChatGPT (GPT-5), asistente de inteligencia artificial de OpenAI.