Cuando los sistemas gubernamentales colapsan, por los vicios, abusos, nepotismos y corrupción generalizada que en el ejercicio del poder imponen los gobernantes, ha tenido que ser el pueblo el que tenga que salirle al paso a dichas dificultades”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Las manifestaciones públicas, también llamadas de alguna manera movilizaciones sociales, en contra de la institucionalidad o statu quo imperante o dominante, ni aquí en nuestro país ni en el mundo entero, han sido cosas de poca monta, estas han sido fundamentales para la conquista de importantes y grandes logros sociales, políticos y económicos que los pueblos y la sociedad misma han logrado a lo largo de nuestra historia republicana.

Aunque hace ya más de 200 años que se dieron las manifestaciones populares, reyertas y expresiones ciudadanas y dirigenciales que buscaban independencia y una mayor autonomía ciudadana, para que el pueblo pudiera tomar sus propias decisiones, la verdad es que muy poco de lo que se quiso allí cambiar realmente lo ha hecho, pues aún seguimos, yo diría que culturalmente, todos estos años, apegados a ciertos estigmas, cánones o tradiciones que nos hacen pensar que –de alguna manera- debemos ser manejados u orientados, por no decir que sometidos, a formas de gobierno que en poco o en nada consultan o les importa el interés general, cuando hay que tomar las más importantes decisiones del Estado y la sociedad. Todo ello se diluye en la mórbida y difusa teoría de la representatividad, como una de las formas y más operantes herramientas o estrategias de manipulación y sometimiento, adoptadas por las democracias, siendo ello además una de sus mayores y más protuberantes debilidades.

Nuestra tradición republicana ha estado caracterizada notablemente por múltiples y constantes episodios que dejan clara muestra de que han tenido que ser los pueblos los que inevitablemente asuman, muchas veces en medio de profundas desigualdades e incomprensiones, los cambios que es debido introducir a las instituciones y establecer los gobiernos que es necesario imprimirle al Estado. De ello nos dejaron clara evidencia las antiguas civilizaciones y, de manera especial, por la influencia que tuvo para nosotros, la de Roma, cuando 500 años a C, por los permanentes e inaguantables abusos de la monarquía, tuvo que derrumbar esa forma de gobernar (oprimir) e instaurar la República. Ello no ha sido, ni allá ni aquí, algo simple y pacífico, se ha logrado por medio de inmensos y múltiples sacrificios que los ciudadanos (los pueblos) van conquistando, a través de largos y penosos periodos e inequitativas y arduas luchas, hasta ir alcanzando los objetivos propuestos: el bienestar general, el bien común.

Lo acontecido en nuestra nación el 20 de julio de 1810, no es en verdad nada distinto a lo que ha venido sucediendo hasta la fecha (a lo que algunos denominan modernidad); pues como se ha tenido que reconocer, por propios y extraños, cuando los sistemas gubernamentales colapsan, por los vicios, abusos, nepotismos y corrupción generalizada que en el ejercicio del poder imponen los gobernantes, ha tenido que ser el pueblo el que tenga que salirle al paso a dichas dificultades, para retomar el rumbo perdido o restablecer la normalidad y las buenas practicas propias de cada sistema gubernativo. Claro está que los pueblos no se movilizan o se sublevan caprichosamente y que para que ello ocurra -casi siempre- es porque quienes han asumido la delegación-poder, ponen en marcha actitudes distintas y, lo peor, muchas veces contrarias al deber ser que en el acto de representación se les ha encomendado.

En 1810, el pueblo patrio cansado de las malas prácticas impuestas por la dominación extranjera, se opuso a la arbitrariedad y al abuso de quienes, con los sofismas de la conquista y la colonización (disfrazados de civilización y desarrollo), nos querían seguir manteniendo supeditados a lo que dijera un gobernante(Virrey), que, a su vez, cumplía estrictas órdenes del lejano imperio invasor, que despótica y abusivamente gobernaba esta importante parte del mundo pensando solo en la forma de ampliar más sus fronteras y poderes y de mantener estándares de grandeza y riqueza y porque solo a través de estos crueles actos (la manipulación y explotación de ingenuas poblaciones) podía mantener “su buen nombre” frente a los demás imperios del mundo.

Hoy como una nación aún influenciada por esos ánimos e impulsos colonialistas y de dependencia, seguimos siendo de alguna manera víctimas de los ímpetus de poder y de grandeza heredados por algunas castas gobernantes –elites económicas y/o políticas, como decía Gaitán- que quieren aun mantener esos estilos de sometimiento, explotación y gobernanza, en favor de grupos y sectores que saben hacer uso– con mucho éxito- de esas viejas prácticas que gran favor y beneficios le dieron al poder español que por tantos años mantuvo tan productivas, como abusivas, formas de gobernar en nuestro continente; no solo en beneficio del foráneo régimen, sino también de algunas intereses internos que aprendieron, desde aquellas remotas épocas, a beneficiarse del poder, y perpetuarse en él, para el beneficio de algunos pocos que pueden tener acceso a tan privilegiados sistemas gubernamentales.

*Abogado Defensoría del Pueblo Regional Antioquia. Especialista en Desarrollo Social y Planeación de la Participación Ciudadana; en Derecho Constitucional y Normas Penales. Magíster en Gobierno.