Por LUIS ALFONSO PÉREZ PUERTA

Preferiría no responder, no hacer nada, renunciar a todo, dejarme vencer por las pruebas de la vida cotidiana que no se perciben como tal, pero que se cae fácilmente, y luego se arrepiente, como también se siente mal si no se deja tentar; entonces, ¿es preferible no hacerlo? No sé, al menos es lo más fácil, es casi imposible perseverar. Es más fácil responder a las opiniones de alguien que permanecer en silencio, porque ese mutismo puede enojar al otro, provoca la autodefensa sin necesidad de hacerlo, pero es el camino más fácil.

Aparentemente el camino del Nihilista es simple y ridículo: “como no creo en nada, como dudo de todo, ni voy ni me quedo, ni hablo ni guardo silencio, ni actúo ni me quedo quieto, y a la final por impulso debo reaccionar a una de las tantas posibilidades, es decir, se ve obligado, ¿o no?

El escepticismo lo lleva a no actuar o hacerlo impulsivamente, cometiendo un grave error, pero si discierne con calma y racionalidad, la actitud del Nihilista es la ideal, y la más difícil: “Preferiría no responder”, se dice así mismo y lo lleva a cabo: “No responde”.

Tampoco expresa en voz alta: “Sin comentarios”, sino, sencillamente, no habla, no escribe, no hace nada…

¿Por qué? Porque informar, comunicar o escribir esa idea de dos palabras: “sin comentarios”, ya está haciendo lo contrario: está comentando de todos modos, aunque no lo quiera, ¿sin querer tal vez?

En este último fragmento cabe recordar la obra BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE, del autor HERMAN MELVILLE, el mismo de Moby Dick. Bartleby laboraba “en un gremio interesante y hasta singular”, así se lee en las líneas iniciales: “el de los amanuenses o copistas judiciales”. Un escribano en una de tantas oficinas de abogados por allá en el siglo XIX, cuando era necesario transcribir con buena letra y legible documentos oficiales, como escrituras públicas, entre otras páginas legales. Este personaje en cierta ocasión comenzó a expresar este ideal: “Preferiría no hacerlo”, o “I would prefer not to”, convirtiéndose en una fórmula para un estilo de vida inclinada hacia el silencio. Un mantra*, o un oscuro sarcasmo, o el inicio de una depresión, o dolor de cabeza, ¡para eso se hizo ácido acetilsalicílico! ¡O en el cuello! ¡Hasta experimentar una impotencia por no saber qué hacer! pero así es la incierta esfera donde vivimos, y puedo continuar escribiendo páginas hasta morir para que sean leídas, analizadas y digeridas; páginas que provoquen polémica hasta el borde de la histeria escritas por alguien que reescribe una y otra vez para ir directamente al portapapeles, y yo, con ese delicado cariño a mis palabras digitadas en una página en blanco que estaba virgen hasta ese instante, yo caigo en la tentación de seguir copiando a lo Bartleby, pero con calma y racionalidad me susurro: “¡Preferiría no hacerlo!”

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*Mantra proviene de man- (‘mente’ en sánscrito) y el sufijo instrumental -tra, podría traducirse literalmente como “Instrumento mental”.