Por: Margarita María Pérez Puerta

Un día cualquiera; una hermosa adolescente fue echada de su casa.

Ella embarazada con ocho meses y sin tener ayuda de nadie. Quedó en los rincones de una ciudad sin escrúpulo para resguardarse del frío y del hambre que tal vez no saciaría. La hermosa joven sintió mucho dolor en el vientre en ese espacio sucio donde sólo comía lo que tiraban los transeúntes que pasaban por ahí.

Fue tanto dolor que su fuente reventó. Una anciana paso por ese lado. Miro a la joven que gritaba. Fue a mirarla y con su poca razón de ser; le ayudo a traer al bebé.  La anciana sabía de bebés, y le corto con sutil cuidado el cordón umbilical. Ayudo a la joven a ir a otro sitio donde le dieran algo para ella y el bebé.

En ese sitio les ayudaban, con la única razón. Dar ese niño en adopción y dejar a la joven nuevamente en la calle. Los cuarenta días la atendieron bien. El bebé dormía en un canasto hermoso. Elementos para el bebé. La joven fue ayudada por una señora que hacia aseo ahí en ese sitio. Le dijo: huye con tu bebé para que no te lo quiten. Así hizo la joven. Se alejó con ese hermoso canasto donde dormía el bebé después de tomar el último alimento que pudo recibir en el sitio que le ayudaron con el objetivo de quitarle el niño.

Ella camino un sendero largo. Luego sintió cansancio y sed. Llevaba muchas horas caminando. Pensó en su niño, entonces se sentó en una acera donde había una tienda. Y pidió prestado una hoja y lapicero. El señor no desconfió de la joven. Le ayudo con el niño, mientras escribía una nota. Termino su nota; dio las gracias al Señor. Y cogió el canasto con el bebé. Antes de irse, se quitó su medallón y se lo puso al niño. Luego camino un buen trecho hasta llegar a la puerta de una manzana. Allí dejo el canasto con el bebé.  Toco un timbre de algún apartamento.  La joven puso el dedo en el 202 de algún bloque… Ahí contesto una mujer. Ella preguntaba: quien es. Solo oyó el llanto de un bebé.  La señora quedo intranquila y bajo a ver que era…

Cuando llego a la puerta; se encontró con una dulce sorpresa. El canasto más bello por ir un bebé con ropaje limpio y otras cosas que llevaban una nota. La leyó. En la nota decía: cuídame porque mi mamá no puede hacerlo porque no tiene medios. Ella me salva de vivir en la suciedad del exterior.

También decía: bautícelo con el nombre que el medallón de su cuello lleva. Ese nombre es el de su abuelo. O sea, el papá que nos echó a la calle por el error de quedar embarazada a los quince años.

Aun así deseo que mi hijo lleve el nombre de mi papa: LUIS SOLIN

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