Por: Briseida Sánchez Castaño.

Hoy caí a la pobreza, hoy es mi primer día de ser pobre, antes de comenzar la pandemia tenía un carro de perros al frente de una de las universidades de la ciudad, trabajaba desde las cuatro de la tarde hasta las doce de la noche  y me ganaba cincuenta mil pesos diarios, pagaba trescientos mil pesos de arriendo en un barrio popular, le daba a mi esposa cuatroscientos mil pesos  para que comprara un mercado bueno para todo el mes, mi hijo de diez años estaba terminando la escuela, con la pandemia no pude volver a abrir el carro de perros, ya los estudiantes no van a la universidad, reciben la clase virtual, intenté la venta en otros sitios de la ciudad pero con la pandemia a la gente le da miedo comerse un perro caliente, nos fuimos a vivir a casa de mamá, ella vive con otros dos hermanos,  acomodamos la cama en la sala de la casa, todos son pobres, la comida escasea, dejamos de comer tres veces al día, ahora solo comemos el desayuno y la comida,  hoy nos hemos despertado y no hay nada para comer, he decidido salir a mendigar, me voy para el centro caminando,  me hago en un semáforo donde hay varios pordioseros, me paro a ver como lo hacen, me siento más limpio y con mejor ropa que ellos,  decido buscar otro  lugar donde no haya nadie, son las doce del día y todavía no me atrevo a hacer mi primera vez, amago pero no lo hago, he deambulado toda la mañana, tengo hambre, en casa esperan que regrese con algo, tengo que decidirme, el semáforo se pone en rojo, veo una camioneta azul donde viene una familia completa, me acomodo la mascarilla, me acerco a la ventanilla, el conductor me mira y no  baja el vidrio, le hago señas con la mano que me dé algo, baja la ventana y me  da una moneda de quinientos pesos, me echo la bendición,  es mi primera vez, le pierdo miedo a pedir, sigo haciéndolo, se siente raro, estoy haciendo lo que vi tantas veces hacer cuando pasaba con mi carro de perros, la sensación de ser limosnero es como si a uno no le correspondiera ninguna vida, como si uno no tuviera una vida para uno, una vida para hacer todo el día, siento melancolía al ver a todas las personas que van caminando a prisa por la calle, tienen una vida para hacer, caminan rápido hacia un destino, yo no tengo prisa, ningún trabajo me espera, la gente que va en sus carros va camino a una dirección, tienen un rumbo, hacia un trabajo, un negocio, un lugar para llegar, yo en cambio no tengo nada para hacer, añoro mis días de vendedor de perros, era respetable, mis clientes agradecían cuando les pasaba el perro caliente y le daban la primera mordida, me sentía importante, con una vida, dueño de una historia, participaba en la parte alegre del paisaje de la ciudad, no tenía consciencia de la pobreza,  ahora estoy en un separador de una vía principal, en un semáforo, y sé que cuando me acerco a un carro tengo que hacer algo desagradable para el conductor, nadie quiere que le pidan y menos desde que comenzó la pandemia,  pedir es hacer una cosa en contra de la gente, tengo que poner una cara, la que más conmueva, esa es la clave, hay tanta competencia en este semáforo, hay un señor más viejo y que le falta una pierna, hay una mujer embarazada, hay una señora con un niño, yo estoy sano y limpio, uso mascarilla, pasa el segundo carro, no baja la ventanilla, pasa el tercero y me hace señas con el dedo que no, son las cinco de la tarde y veo que he recogido cuatro mil pesos, siento que  el mundo entero está contra mí, ser mendigo no estaba entre mis planes, me voy caminando a casa, antes de llegar entro a la tienda del barrio, me compro una libra de arroz y seis huevos, al siguiente día me despierto temprano, me voy a otro lugar más concurrido…¡ ya se pedir !, siento que sin lugar a dudas ¡ he caído a la pobreza !.

2 Comentarios

  1. Muy lindo Briseida, se requiere mucha sensibilidad para ponerse en los zapatos de otro e interesarse por resaltar la vulnerabilidad humana, que dura la situación que describes, me transporté a la vida de ese hombre y su familia. Sé lo que es salir a rebuscar lo del almuerzo, aunque no a tal extremo, y también me duele esa dura realidad que muchos viven, y que cada día se agrava más, por la indiferencia que promueve nuestro sistema económico. Ojala que como sociedad logremos encontrar pronto soluciones a una de las más graves problemáticas que nos aquejan, la marginalidad y la miseria; tan abundante en las regiones, y aún más evidente en las grandes urbes.

Comments are closed.