Por: Margarita María Pérez Puerta

Unos días antes, Alfredo invitó a dos amigas para pasear. Dorita, así le decían de cariño, no pudo, o no quiso; vaya a saber por qué, o tal vez porque era jueves santo. Alfredo estaba de efemérides. Verónica aceptó acompañarlo. Era una oportunidad para salir y disfrutar. Dorita había comprado un mercado para homenajear al caballero.

Llegó el día señalado. Salieron en la mañana y llegaron temprano al pueblo donde vivía el amigo de Alfredo. Mario les dio una habitación con dos camas y  baño. Luego los llevó a conocer el pueblo. Los tres caminaron y rieron. Regresaron al hotel. Verónica partió la torta con esa delicadeza y le dio un trozo a cada uno. Brindaron con gaseosas y vieron el noticiero en el televisor. “Feliz efemérides, Alfredo.” Ellos hablaron de sus vidas. Verónica callaba y miraba sin observar. Mario miró el reloj y se despidió de ellos. Alfredo y Verónica se quedaron viendo una película en el televisor. Sin hablar para no cometer errores. Ella miraba como dormía el ego Alfredo, y apagó el televisor. Era una película vieja. Diez de la noche. 

Verónica se levantó a las seis y treinta de la mañana. Se bañó, se lavó los dientes, secó el baño para que Alfredo pudiera bañarse. Él seguía roncando. Ella lo movió con delicadeza, por la salud de él y la tranquilidad de los demás. Él caballero despertó media hora después. Se fue para el baño. Se demoró un largo período hasta que por fin salió. La dama seguía leyendo y escribiendo sus versos. Alfredo le interrumpió la labor de escribir, gritándole: “¡Dejaste  sucio el baño, imbécil!”. Ella  respondió:”No, lo dejé limpio y seco”, pero Alfredo no oía razones porque seguía gritando como ego desbordado. Finalizó su perorata con una orden: “¡Desocupa esta habitación para que pueda venir mi amigo! ¡Váyase rápido, porque yo soy muy limpio, y usted muy sucia! ¡Y es por eso que debe aislarse!” Verónica, cabizbaja y con su maleta, iba a abrir la puerta, pero Alfredo la detuvo gritándole: “¡Te vas porque yo quiero que te vayas!”, y añadió: “Pero sin el mercado, es un regalo de la Dorita por mi aniversario.”

Verónica salió a caminar por las calles del pueblo. Compró crema dental y un espejo pequeño, porque Alfredo le quitó el que antes le había regalado. Luego averiguó si salía un bus para la ciudad. Le respondieron que no, que debía esperar hasta el sábado, desde las cuatro.

Ella volvió al hotel, se sentó en la sala. Una señora que hacía aseo se le acercó y le preguntó: “¿Por qué tan triste?” Se sentó a su lado para hablar. La señora reconoció que Verónica era quien había venido con el amigo de Mario, el señor que trabajaba en una ferretería del dueño del hotel. Verónica le pidió una habitación para ese viernes, y al día siguiente partir de madrugada. La señora le mostró una habitación sin baño en el segundo piso. Sólo cama y silla para estar en un sitio seguro por veinte mil pesos. Quería salir, pero la señora le dijo: “¡No salga, es mejor que no la vean para que no se enteren donde se quedó! Salieron a buscar alimento. Pueden venir en cualquier instante… porque… aquí entre nos, ellos, se burlaron de usted, y que si la vuelven a ver en este hotel la sacan a la calle, porque es muy cochina, y no sé qué más…, pero a mí no me gusta oír conversaciones… se lo cuento porque se nota que usted es una persona de bien, pero no vaya a contar… por favor, quédese aquí, ya le traigo jabón y toalla….” El tiempo pasó y la señora le regaló algo de comer. Después se lavó los dientes en el baño exterior. Los amigos ya estaban acomodados en la habitación 10 en el primer piso.

Verónica cerró la puerta con seguro. Se acostó. Eran las siete. Durmió muchas horas. Luego miró el reloj, y vio que faltaban quince minutos para  las cuatro de la mañana. Entonces con una calma increíble organizó su maleta. De una manera pulcra, cada prenda bien doblada y en su sitio. Se bañó, se lavó los dientes y se vistió. Bajó a la sala para entregar las llaves. El administrador le dijo: “Vaya con cuidado, y levante ese ánimo porque… “La señora le interrumpió: “Como dice el viejo y conocido refrán, después de la tormenta viene la calma, así que no se preocupe, vaya con Dios y la virgen.” Verónica les dio las gracias por cada palabra de ánimo, por la habitación y la comida que sació su hambre.

Caminó varias cuadras hasta donde estaba el bus. Mostró el tiquete, y se acomodó en el vehículo que la llevaría a la casa de dónde no volvería a salir con ninguna persona, “porque como egos, cada quien se cree el mejor del mundo”,  así pensaba Verónica mientras el bus despegaba, y ella se ahogaba entre lágrimas por saberse un ego no grato para nadie. El vivir diario entre otros egos la conducían a un túnel de donde jamás podría salir… Era como vivir en un círculo… oliendo mal ante otros que ignoraban su propio aroma…”

Decidió mirar hacia fuera para despedirse del pueblo en donde vivió un encuentro entre egos; uno más entre muchos, y pensaba: “Todos, sin excepción, buscamos un jardín sublime creado por el Ser Superior.” Se durmió hasta llegar a la ciudad.