Por: Briseida Sánchez Castaño.

Soy una supervisora de producción de una fábrica de textiles, tengo cincuenta años, soy soltera, antes de iniciar la pandemia estaba en búsqueda de un novio, el amor ya tenía muchos riesgos antes de que comenzara la dominación del virus  sobre la humanidad: la imposibilidad del ser humano de salir de sí para estar en otro lugar, el deseo a la afinidad que se termina traduciendo en quererse más así mismo que a otro, el temor a la diferencia; soy una mujer de talla grande, no soy bonita ni tampoco fea, encontrar un hombre que se fije en mí siempre me ha parecido difícil por mi falta de belleza convencional, soy inteligente, me considero interesante y profunda, tengo entrañables amigos pero ninguno pudo enamorarse de mí nunca a pesar de que me admiran, siempre me convierto para ellos en la mejor amiga, lo más atractivo mío quizás es la sonrisa, mis dientes blancos y grandes ahora siempre están cubiertos, en esta era de los enmascarados perdí un atractivo importante para seducir, me queda la palabra, pero tristemente, la palabra no me ha servido para enamorar, me sirve para hacer buenos amigos, pero no alcanza para desatar en el otro el deseo amoroso, la era de los enmascarados amenaza con el fin del sentimiento amoroso y más si es mujer y mucho más cuando es mayor, para los hombres es distinto, las mujeres aún nos enamoramos por lo que el otro diga, ni su cuerpo ni su cara importan verdaderamente, ¿ por qué sentimos tan distinto con relación al amor?, la pandemia en verdad a mí me ha perjudicado.