Por: LUIS ALFONSO PÉREZ PUERTA

Una noche en el piso 33, después de la lluvia, una dama de negro decidió quitarse la vida ingiriendo las pastillas recetadas por el psicoanalista. Se las tomó una a una con la más absoluta serenidad. Una píldora, un sorbo de agua y una pausa musical. Sus dedos delgados, finos y largos pulsaban las cuerdas de su vieja guitarra. Mientras las pastillas invadían su organismo, la dama reflexionaba y escribía su última página, en donde expresaba su misión imposible para el mundo. El acto más sublime de su vida, según su opinión.

Ella siempre vistió de negro desde los diecisiete años cuando ingresó a la universidad para estudiar filosofía y letras. Se graduó como la mejor estudiante y laboró como profesora en varias instituciones de enseñanza secundaria y en la misma universidad. Se casó con un compañero, y fueron padres de un chico que se suicidio a los quince años por razones desconocidas. Se divorció de un buen marido. Ella fue la de la idea, en pocas palabras una noche, dos años después le dijo:

– Gracias por unirte conmigo por este breve espacio, pero hasta aquí. Es hora de avanzar cada uno por su lado.

Y así fue, continuaron cada quien por su lado.  Ella se fue a vivir sola como una nómada durmiendo donde le cogiera el sueño, ya sea sola o con algún N.N. El ex esposo volvió a casarse como buen caballero de hogar con una dama cristiana, de familia honorable. La Dama de Negro decidió vivir de manera minimalista y al azar por los caminos de este mundo hasta cumplir los treinta y tres años que decidió llevar a cabo EL ACTO MAS SUBLIME, gracias a los dioses que siempre la acompañaron y la inspiraron a ser un fragmento cristalizado que se convirtió en cenizas, o ese manjar para los gusanos. Así es el objetivo de la vida, ese sin sentido en una búsqueda estéril.

Conoció personajes muy interesantes. Uno de ellos le regaló una vieja guitarra y otro la dejó pasar unos días en su piso 33, mientras él estaba en una gira por el mundo transmitiendo sus mensajes a través de los sonidos alternativos. La oportunidad para estar sola en ese apartamento y llevar a cabo el plan diseñado en los últimos tres años. Tenía en su poder un frasco con las píldoras recetadas por otro personaje que le ayudaba a la gente con su oficio: el psicoanálisis.  Ella mantuvo las mejores relaciones en sus treinta y tres años de existencia. Aprovechó al máximo su tiempo y fue feliz mientras vivió a su manera, desde su visión limitada.

Su epitafio en la última carta:

“Hacia la noche, ese lado oscuro de la Fuerza; ese instante hacia la incertidumbre sin principio ni fin. Extraños en este valle. En busca de Ítaca. Morir, dejar de ser; comenzar a ser en otra dimensión; renacer, ¿quién sabe? Tal vez, sin duda alguna, posiblemente, nada que ver, nada que decir.”

1 Comentario

Comments are closed.