Por: Briseida Sánchez Castaño.

Mientras escribo este artículo, doscientos cincuenta y dos personas en el mundo mueren cada hora  por Covid y diez mil setecientos se contagian,  al terminar el texto habrán muerto muchos; mientras pienso que palabras poner en esta hoja blanca que pudieran llegar como un flechazo directo al corazón de quien me lee,  desearía  tener el poder de atraer la atención  de los que aún no están convencidos de que estamos ante un acontecimiento histórico, un hecho trascendental que desafía  los  trescientos cincuenta mil  largos años de historia de la humanidad, de logros exitosos y batallas ganadas en todos los frentes, hemos sobrevivido a las  erupciones volcánicas, oleadas de calor, cambios climáticos, terremotos, maremotos, tsunamis, aumento del nivel del mar, descongelamiento de los polos, guerras mundiales, amenazas  nucleares, bombas atómicas, pestes de todo tipo, crisis alimentaria, falta de agua, deterioro del ecosistema, emisión de gases de efecto invernadero, incendios forestales, contaminación del plástico, desigualdad, líderes mundiales desequilibrados, decisiones políticas locas y absurdas, capitalismo salvaje,  ¡ hemos sobrevivido a nosotros mismos!. Pero hoy un diminuto y pequeño reyezuelo con una corona de espigas nos desafía, el SARS-CoV-2, esa invisible y cruel bestia se adueña de nuestros pulmones, se incrusta allí con un ferviente y loco deseo  de traspasarnos, quiere nuestra alma, nuestra vida, atraviesa el epitelio pulmonar con la fuerza de una bala que deja veneno a su paso. No serán ya nuestros enemigos gigantes los de las series de cine, ni   los alienígenas, ni la inteligencia artificial, ni los meteoros, ni el planeta de los simios, ni los reactores nucleares quienes nos desafían hoy, es alguien más pequeño, pero tiene el poder de retar nuestra voluntad y racionalidad, nuestra compasividad y solidaridad, nuestra inteligencia y decisión, nuestra capacidad de asumir un nuevo estilo de vida para evitar la propagación.

El cambio de paradigma de nuestro cotidiano es nuestra única posibilidad de que el virus se quede en los receptores que hoy lo poseen y que muera allí, no le demos tregua, no le dejemos libre, encerrémoslo ahora, que no tenga más salida que la de dejar de existir. En este momento a pesar de haber perdido tanto hasta ahora, podemos parar de perder,  ¡juntos podemos, lo sé!, siempre que no fallamos en las reglas básicas matamos a miles y miles SARS-CoV-2, nuestro enemigo letal, nuestro contradictor invisible, este tiempo es crucial, si cumplimos decididamente con las normas de bioseguridad, le daremos la pena capital, antes de que se lleve a más personas que amamos o a nosotros mismos; podría ser el principio del fin de éste pequeño monstruo. Aún podemos ser el país que logra erradicar el virus definitivamente.

Dos horas después, he terminado mi texto, miro las cifras y cuento que han  muerto  quinientas cuatro personas mientras he escrito aquí.