Por: IVÁN  ECHEVERRI  VALENCIA

Las negociaciones de paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla más antigua de América, las FARC-EP,  tuvo como fecha de inicio el 4 septiembre de 2012, la cual fue sometida a un largo proceso de planeación y de consultas con mandatarios y ex presidentes de varios países y con expertos nacionales e internacionales, académicos e intelectuales y Organizaciones Multilaterales como la ONU, OEA, UNISUR, Comunidad Europea, que contaban  con el bagaje de haber participado en diálogos similares que pusieron fin a guerras internas alrededor de todo el mundo.

Vale la pena recordar algunos personajes con quienes se sostuvieron diálogos y que el ex presidente Santos en su libro “La batalla por la paz”,  los menciona: el papa Francisco, el nobel Gabriel García Márquez, Nelson Mandela, el secretario general de las Naciones Unidas Ban ki-moon, Fidel Castro, Hugo Chávez, el presidente José Mujica, Felipe González, Oscar Arias, el ex primer ministro británico Tony Blair, los presidentes de Estados Unidos Barack Obama, Bill Clinton, Jimmy Carter y el actual mandatario Donald Trump. También participaron como garantes y facilitadores de los acuerdos países como Noruega, Cuba, Venezuela, Chile, Uruguay y Estados Unidos entre otros.

El 27 de septiembre 2016 se firmó en la ciudad de Cartagena, el acuerdo para la terminación definitiva del conflicto armado, que debía ser refrendado mediante un plebiscito; ante el resultado adverso de este, se  reunieron el Gobierno, los opositores del acuerdo de paz y las Farc, en el que acordaron un  nuevo texto modificatorio el cual fue suscrito el día 24 de noviembre por el entonces presidente Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño Echeverri, conocido como Timochenco  y  días después  fue ratificado por el Congreso de la República.

Este acuerdo de paz ha dado un gran respiro a las comunidades, víctimas, combatientes del Estado y de la guerrilla, que son los que más han sufrido en carne propia la crueldad  de la guerra. Transcurrido casi cuatro años después de su firma, los enemigos del acuerdo no han cejado en sus ataques tratando de hacerlo añicos, no obstante sus enormes bondades, convirtiéndose en una verdadera pandemia, que solo desea su destrucción, a pesar de que este apenas se encuentra en proceso de solidificación.

Los embates dados por los políticos afectos al gobierno, no cesan sino que arrecian contra la verdad,  la justicia y la reparación para las víctimas;  tratan de evitar que se den mejores oportunidades para el campo, que no haya una mayor participación y democracia; entorpecen que se dé una efectiva y segura reinserción a la sociedad civil de los excombatiente, que se les depare un empleo digno, salud y educación. Hoy tenemos que lamentar la muerte de reinsertados,  militantes del partido Farc y de  centenares de líderes sociales que reclaman o ayudan a otros a exigir sus derechos.

Ante la cascada de incumplimientos de lo pactado, el desinterés del Gobierno del presidente Duque de consolidar definitivamente la paz, la falta de  protección de quienes creen en ella y representan a las comunidades, ha dado pie para que diferentes voces que defienden los derechos humanos a nivel nacional e internacional, órganos multilaterales y, congresistas de diversa corrientes y naciones se pronuncien, exigiendo todas las garantías al Gobierno para que se consoliden los acuerdos de paz y se preserve el derecho a la vida.

Hace pocos días el señor arzobispo de Cali, monseñor Darío Monsalve, afirmó que el presidente Iván Duque practica “una venganza genocida para desmembrar completamente a la sociedad e intenta acabar los avances de la paz”.  Le han caído rayos y centellas, lo tachan de “comunista” por los mismos que no conciben un país en paz ; hasta el propio nuncio apostólico en Colombia, monseñor Luis Mariano Montemayor, salió a la palestra a recriminar la aseveración del arzobispo.

Lo que no podemos olvidar los colombianos es el rol de pastor, que ejerce monseñor Monsalve, quien cuenta con la autoridad moral y  el suficiente carácter para expresarse de esa manera, porque ha sido un testigo fiel del drama que vive millones de colombianos asediados por el hambre, los asesinatos, la persecución, el secuestro, el desarraigo, las violaciones sexuales y el reclutamiento forzado de menores de edad y de humildes campesinos.  Es un prelado que siempre ha buscado la paz y ha participado en diversos procesos de reconciliación entre los colombianos y le duele el exterminio que se da hoy, para desestimular a la sociedad,  desmembrar las organizaciones sociales y acabar con las personas que hicieron dejación de las armas. Por eso desde del mismo Vaticano se dan voces de respaldo a monseñor Darío Monsalve por considerar  que “La palabra de un obispo cercano a su pueblo merece consideración y respeto”, hasta el mismo papa Francisco señaló “Defender al pobre no es ser comunista, es el centro del Evangelio”.

Aunque decir la verdad duela,  se hace  necesaria para que los dirigentes se toquen y recompongan la senda, no podemos seguir padeciendo tantos dolores, calamidades e injusticias, si ya hay un camino trazado que ha salvado vidas y engendrado alguna esperanza, sería inconcebible que  el presidente Duque por simple revanchismo y odios infundados pasara a la historia como el verdadero sepulturero de la paz y su Gobierno el que desperdicio la mejor oportunidad en décadas de consolidarla y de encumbrar al país hacia su desarrollo.   

Bueno es recordar aquí a Mahatma Gandhi quien dejó una de las lecciones más grandes para la humanidad, cuando expresó: “no hay camino para la paz, la paz es el camino.”     

1 Comentario

  1. El subpresidente uriduque definitivamente es un impostor dañino p’al país q’ merece repudio,rechazo y reclusión en una celda de máxima seguridad por su peligrosidad p’ la “suciedad” colombiana.

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