Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net

Si nos amaramos, dialogaríamos, porque el amor busca intimidad y la comunión con el ser amado.

Si dialogamos nos comprenderíamos porque nos escucharíamos hasta ponernos en el lugar del otro.

Si nos reconciliamos nos amaríamos, porque solo nos amamos cuando nos amamos como somos y eso es perdonarnos y reconciliarnos.
¿Qué es reconciliarse? ¿Qué es reencontrarse?
Es rehacer el vínculo entre los dos.
Por supuesto que hay inconvenientes y las dificultades que surgen son siempre producto del orgullo y del egoísmo.

Sin embargo si tengo el firme propósito de reconciliarme y tengo la generosidad y la humildad de enmendarlo, se convierten estas dos actitudes
–generosidad y humildad — en condiciones indispensables para rehacer la común unión con el ser amado.

La reconciliación no es un acto de olvido, sino una actitud generosa que contiene una fuerte dosis de perdón.
Tengo que esperar el momento propicio para la reconciliación; es decir, siempre tengo que estar atento cuando es el momento propicio.
No importa, tener o no tener culpa, lo único que importa es la actitud de perdón.

La reconciliación tiene doble importancia en el caso de un conflicto conyugal. Cuando yo pego un portazo, es a mi mismo que me lo estoy dando.
Las horas que pasan en estado de conflicto, son horas negativas que van envenenando los años.

Porque nos amamos nos esforzamos en dialogar y es dialogando que siempre encontraremos el camino de la reconciliación.
Amarse, dialogar y reconciliarse son las tres columnas para que un matrimonio sea feliz, para que un matrimonio viva feliz.

El ser feliz, el vivir feliz, es aquel que pone su granito de arena todos los días para hacer de aquel día, mejor que el día de ayer.
Y siempre deberé hacerlo en espíritu y actitud de reconciliar, de rehacer, de mejorar.
Es frecuente que los acontecimientos mundanos nos absorban y no nos demos cuenta de cuan valiosa es la vida y del como se viva la vida con el otro.
Corremos el riesgo de que se nos pase la vida sin darnos cuenta de cuan valiosa es.
Corremos el riego de vivir sin valorar cuan importante es el seguir viviendo y contigo. Es decir el otro, el que me acompaña en mi diario vivir.
Todos quieren seguir viviendo, pero lo importante es que reflexiones, el porqué quieres seguir viviendo…..y contigo. Es decir con el otro.

Y en eso de distraernos hace que dejemos para mañana:
esa flor que regalar,
esa palabra que ofrecer,
ese perdón que obsequiar,
ese abrazo que derrochar,
esa mirada que espera ser correspondida…….

La vida feliz de todo matrimonio está salpicada de pequeños gestos, de pequeñas atenciones que debemos incorporar en nuestro diario vivir.
No hay que distraerse y dejar regar el amor que nos tenemos.
Los gestos son como el agua para las flores.

Recordemos aquella regla de oro, que tantas veces ya hemos citado.
Todo lo que me acerca a mi mujer es el plan de Dios.
Todo lo que me aleja de mi mujer, no es el plan de Dios.
Y a la inversa: todo lo que me acerca a mi esposo……

Si mis actos encajan con el plan de Dios, seguro que mi matrimonio vivirá feliz todos los días que nos toquen vivir.
Ya saben cómo ser feliz.
Sé feliz! Sean felices!
Se harán el bien, por aquello de que hacer el bien hace bien y el primero que se alegrará será el mismísimo Dios.

tomado de Catholic.net