Relato jocoso

Si volviera a nacer, desde el primer instante trataría de amarrar el tiempo y atarlo en lo que estoy. Que permanezca lo máximo posible en lo que estoy. Que la lactancia no termine. Que me siga cargando, alimentando y mimándome mi madre. Si la biológica no estuviere, que quien me haya adoptado me continúe alimentando, cargando y mimándome. Si termina la lactancia, ni siquiera intentaría caminar. Quien quiera que sea el encargado de mí, que me siga cargando, contemplándome y permitiéndome gozar mi privilegiada vida… Sí, cuando por condiciones de  peso extremo, sintiera que nadie quisiera volverme a cargar, pues, si eso ocurriere, observaré cómo se camina y aprenderé a caminar,  pero de inmediato iría a un lugar y a otro en busca de la felicidad y volvería a amarrar el tiempo cuando la encontrara. Y una vez la hallara, que no me importe si está temprano o tarde. Con el tiempo amarrado todo instante sería lo mismo tarde que temprano, de día o de noche. Cuando de felicidad se trate, cualquier momento es lo mismo. Pura felicidad. Felicidad de niño. Aprender nuevos juegos e interactuar con más niños sería mi objetivo del día-día de mi vida. Y amarraría el tiempo y haría palanca en una pared, para que no siga… Y si siguiere, por grande que me vaya haciendo, seguiría siendo niño y ahí si me plantaría: desafiaría al tiempo. Haría lo que me fuera viniendo en ganas. Iría a estudiar, siempre y cuando la enseñanza fuere presencial y se hiciere en grupos con muchos niños que como yo disfruten siendo niños. Si cómodamente llegare a ganar el año, bien. Si no, mejor que lo pierda: lo repetiría y sería otra forma de desafiar y amarrar el tiempo. Y ojalá todos los niños lo perdiéramos. Todos. Ojalá así, nos quedáramos en el primero, por el resto de nuestras vidas. Sin aprender a leer, ni a escribir, ni aprender cualquier cosa que nos aleje de ser niños, pues serían amenazas o sacrificios de vida. Pase lo que pase, renunciaría a sacrificarme en ese sentido. Si aceptare a ir al colegio sería sólo para tener con quien jugar y gozar la vida. La niñez. No para sentarme como un estúpido a poner atención a alguien que nada de común tendría con uno en la vida, pues se trataría de un mayor de edad que ya dejó de ser niño y con quien no se puede jugar ni compartir las fantasías de niño y por el contrario, ir a ponerle atención durante horas,  me haría sentir que me está robando la oportunidad de disfrutar las fantasías del mundo de la niñez. Si saliera el sol, lo miraría intensamente con mis ojos abiertos, sin que nadie pueda regañarme y continuar mirándolo de frente para que me llene de energías y daría vueltas como un tonto, entorno al sol, para ir mirando cómo se va moviendo y transformando mi sombra. Si hiciese calor y fuese de noche, me lo aguantaría sin quejarme ni sacudirme ni quitarme pantalones ni camisa. Si. Porque para mí no existiría el sofoco. Y si el calor fuere de día, apreciaría fijamente de nuevo el sol al permitirme disfrutar el milagro de la luz. Si hiciese frío, nunca correría como un pollo a buscar suéteres, abrigos o chaquetas. No. Disfrutaría esa sensación tal como me encuentre vestido, o en pelota. Si el frio llegare con viento, inventaría juegos y posiciones con mis dedos, mi boca, mi pelo, mi cuerpo o valiéndome de cualquier objeto coco, de tal forma que con diferentes movimientos le propondría juegos al viento: atravesándole cualquiera de esos objetos, obligaría a que el viento me silbara, o a que formare un sonido, y así, mientras más y con mayor intensidad ventee, más bonito, más duro y más puro se sentiría el sonido producido… Si lloviera, no perdería el tiempo buscando gorras, sombreros ni paraguas. Tal como me cogiera la lluvia, trataría de gozármele hasta la última gota del aguacero. Y después, cuando escampare, recorrería todos los árboles mojados y les movería sus ramas para que me mojen a mí y a quienes se hallen debajo de estas. Y todo, TODO CON MAYÚSCULAS, procuraría hacerlo con alegría y en presencia de los demás niños, ojalá en medio de muchos y muchos niños, hasta que a todos juntos nos dé por disfrutar la vida sin miedo, sin pena, con risas, brincando, gritando, haciendo escándalo y algarabías en público. Incitaría así entonces, con mi propia felicidad y ejemplo, para que los otros niños continúen disfrutando la vida con la misma felicidad que demostraría estar sintiéndola yo, y que lo vuelvan a hacer después, en círculos con niños de otras partes, ojalá en medio de muchos y muchos otros niños y así, hasta que por sí misma se vaya creando la revolución de la niñez, con un único objetivo: lograr amarrar al tiempo, para que la niñez nunca pase. Seguro estaría que con todos los niños disfrutando y plenos de alegría, por doquier, al final el mismo tiempo, él solito y por sí mismo, acá decidiría quedarse. Acá haciendo las mismas cosas que hagamos y disfrutemos todos los niños del mundo. Y entre todos los niños y el tiempo ya de nuestro lado, jugando con él cambiaríamos al mundo: hacia otro que fuere eternamente feliz: al mundo de los niños. Y…con agua, sol y viento, tendríamos por el momento: pues hasta aquí le llegaría el afán al tiempo.

MPG