Por: Briseida Sánchez Castaño

Soy un conductor de una ambulancia de emergencias de la cuidad, un fantasma que anduvo las calles oscuras la noche en la que nadie durmió, la noche que todos los noticieros habían vaticinado, la noche más larga, la noche en la que todos los hospitales de la ciudad estarían colapsados, la noche en la que no podríamos enfermarnos de nada porque no habría lugar para nadie más, todas las sillas, las camillas, las camas, los pasillos de los hospitales, todos los lugares de parqueo, los médicos, enfermeras, paramédicos, equipos biomédicos, todos estaban ocupados, si enfermábamos de algo, de cualquier cosa, estaba prohibido ir al hospital, porque no habría lugar para nadie más, fue la noche más oscura de todas, la noche sin hospitales, la noche fría, la noche mortal, la noche por la que han tenido que pasar ciudades enteras, porque es la noche a la que se necesita llegar, a la cima, al pico de la gráfica y tras ella comienzan por fin a disminuir las cifras, la noche de la cresta más alta,  la noche del top de muertos, porque después de esta noche, donde murieron todos,   no podría morir nadie más, una noche distinta porque el mundo no resistiría otra noche igual, como un cataclismo,  la noche en que cualquiera de los vivos conocería a alguien que sufrió y murió, un amigo, un vecino, un familiar, un amor, un conocido.

Son las once de la noche,  desde que llegué al turno, la radio de la ambulancia no ha parado de sonar, desde la central me han remitido más de cuatro pacientes y el turno apenas comienza, llevo mi quinto paciente atrás, está muy asfixiado, lo llevo al hospital  San Francisco, al llegar veo otras tres ambulancias delante de mí, me informa el colega que llevan tres horas allí, hay muchos pacientes en la sala de espera, algunos sentados en las sillas, otros en el piso, llamo al centro regulador para informar la novedad, me indican que me dirija entonces a otro hospital, al otro lado de la ciudad, salgo de inmediato con el paciente, al llegar al hospital encuentro la misma situación, dos ambulancias delante de mí, me bajo y miro la sala de espera, igual, está llena de pacientes, llamo a la central nuevamente, me indican que vaya hacia otro hospital en el oriente de la ciudad, el paciente cada vez más asfixiado, me dirijo  allí, las calles con taxis que van y vienen con pacientes que no alcanzaron cupo en una ambulancia, me llaman de la central y me dan la lista de pacientes para recoger esa noche en las casas y ubicar en los hospitales, son más de veinte, me dicen que todos son urgentes, llego al hospital de oriente, hay dos ambulancias delante de mí, los muros del parqueadero están ocupados de pacientes sentados con un ficho en la mano, todos con mascarillas, unos más asfixiados que otros,  llamo a la central les informo del paisaje, me dicen que me dirija a un hospital del sur, salgo para allá, comienza a llover, cae una tempestad, ando sobre la tela de agua que hay en el pavimento, suenan relámpagos, el cielo alumbra, llora y grita sin cesar, un remolino impetuoso,  el ritmo del ruido que produce la caída del agua sobre el parabrisas me aturde, me cuesta ver la vía, veo taxis amarillos, pacientes que van y vienen sin cesar, paso por debajo del puente Las Margaritas, veo indigentes asfixiados, los unos rodean a los otros, el más enfermo tiene el mejor cartón como colchón, me estiran la mano pidiendo que pare, no puedo ayudarlos, tengo a mi paciente atrás sin poderlo ubicar, llego al hospital del sur, encuentro cuatro ambulancias que vienen de pueblos cercanos, con sus pacientes en las camillas, me comentan que llevan toda la tarde esperando, llamo a la central me dicen que me dirija a otro hospital en el noreste de la ciudad, salgo para allá, a medio camino, la enfermera que va con el paciente atrás me golpea la ventanilla, me dice que me orille, veo a través del cristal las maniobras de la enfermera tratando de reanimar el paciente, no lo logra, el paciente entra en un paro respiratorio y muere, llamo a la central me dicen que embalemos el paciente y que lo llevemos a la morgue de la ciudad, le ayudo a la enfermera, le cubre los orificios, lo envuelve en vendas como si fuera una momia, es el protocolo, lo embalamos en una bolsa negra con una larga cremallera y luego en otra blanca, la enfermera lo marca con todos los datos de identificación, diligencia registros, llego a la morgue, veo varias ambulancias haciendo fila, los compañeros comentan que el lugar está colapsado por todos los muertos que han traído, hay que esperar, son las tres de la mañana, entrego el muerto, hacemos desinfección de la ambulancia, me voy a recoger mi segundo paciente de la lista, ha dejado de llover, ya casi es mañana…